- medio vestir á la “ventana.
boles del jardín, que desprovistos de fo-
22 EL VENDEDOR DE CADÁVERES
dín, y eso tiene usted que saberlo para en-
tender lo que voy á referirle.
—Vamos á ver si es así—Jdijo Sherlock
Holmes haciendo en un papel un croquis
con lápiz—: alcoba, cuarto de baño, tocador
el cuarto de usted, aquí el jardín.
—Precisamente, pero tiene usted que in-
dicar la, terraza.
—¿ Qué terraza, /
“La que está debajo de la alcoba pS la
señorita. De esa terraza baja al jardín una
escalera bastante ancha y otra escalera de .
caracol guía á la alcoba de mi ama;-de
modo que ésta, en las noches de luna, po-
día ir directamente desde su alcoba á la
terraza, cuando en verano tenía ganas de
ello, Allí tomaban muchas veces el ea
no los señores,
-. —Comprendo muy bien la situación. Pro,
: siga usted. ¿Qué ha pasado esta noche?
—Ya le he dicho á usted que no podía
pegar los ojos, me levanté y me fuí á
Miraba los Ar-
- llaje tenían contornos fantásticos. De pron-
to OÍ pasos que se aproximaban á la esca=
-lera “de la terraza. Me sobresalté mucho, y
- me separé de la ventana. Empezó por subir
una visión insénsata, pero que se explica
muy fácilmente, porque yo soy muy supers-
. ficiosa. Me pareció ver: al difunto Sa
dose por el jardín.
o ed señor Stradella ?—
- Sherlock Holmes—. -¡Pobre- hombre, que
estaba tendido” enel diván: con. una puña:
lada en. el corazón! :
Pero al decir esto el da se fro-
taba. las secas manos, haciendo dar chas-
- quidos á las coyunturas, lo cual denotaba
a en” él gran satisfacción.
¡Inmediatamente volví en mÍ—prosiguió
- Betry=, y. dije que el muerto no-podía re-
: Sucitar y que aquel hombre con' capa lar-
_ ga y gorra:de viaje en la cabeza, tenía que
ser otro. Un ladrón, ó tal vez el asesino del
5. Stradella, a querría matarnos. Á
todos.
Quise gritar, pero el miedo 1 me : paralizó
a lengua. No. sé: cómo. pude llegar Á aso-
_marme es da ventana y convencerme de
existía realménte “y no:
AR usted,
.
ac ón.
dijo. riéndose.
señor Sherlock Holmes, que le vi en la te-
rraza, y vi también que por la otra esca-
lera baja la señorita, tiende las manos al
visitante, le estrecha contra su corazón,
le besa y ambos desaparecen en la alcoba.
—¿Y cuánto tiempo permanecieron en
ella? —preguntó Sherlock Holmes.
—Lo bastante para cometer un grave
pecado—exclamó la joven llorando—; cin-
co minutos, acaso diez. Ya podrá usted:
comprender que en aquellos momentos ho-.
rribles no estaba yo para mirar la hora.
Pero como unos diez minutos después, oí
el ruido de la vidriera, el hombre aquel.
bajó rápidamente la escalera de caracol, se
detuvo un momento en el terrádo, reanudó
su marcha y se fué por el jardín Á la calle.
—¿.Le pudo usted ver la cara? pe
—Menos todavía al marcharse. Se ha-
bía encasquetado mucho la gorra y se le-
vantó «el cuello del abrigo. Además me vol-
vía la espalda al dejar la casa.
—Y dígame usted, ¿me puede dar una
idea de la catadura de ese hombre ?
—Era alto y delgado:
—¿Y no se fijó usted en que tuviera ; 108,
pies muy grandes? : :
—Nadie hace caso de los pies ds pe
gente en momentos tan espantosos. :
—Indudablemente; ¿y cómo ha encon-
trado usted esta mañana á la señora Sat:
della ?
—Sentada junto al cuerpo de su E
cuando entré en el cuarto á las seis de la
- mañana. Estaba pálida como. una muerta,
al parecer, cansada, agitadísima y que-
jándose de mucho dolor de cabeza. Me
dijo que «en cuanto enterraran. al cadáver
tendría que marcharse, pues de seguir en'
casa se volvería loca. ¿No hablará usted
de lo que le he dicho, verdad ?—prosiguió
con lastimero tono Betry—. He, desaho-
gado por completo mi- corazón con usted
porque si no, este secreto me habría aho-
gado. Pero no quisiera quedar en mal Ju-
gar con la señorita, porque además de pa-.
- garme seis meses de salario, me ha' ofrecido
muchos vestidos: usados. b 2
—Nada perderá usted, hija sata seré
mudo- como una doncella, digo, como un
pez. Y “ahora ei usted á casa: de san
A