2h cuando, pero esto no me basta para vi-
vir y me veo obligado á trabajar de za-
patero,
—Evidentemente, hoy cuesta mucho tra-
bajo ganar la vida cuando no se tiene un
capital. ¿ De modo que usted le dejó solo y
se bajó á la, portería ?
—Sí, y le recomendé que no se olvidara
de devolverme la llave al irse.
—¿ Quiere usted, Mac Duff, acompañarme
otra vez al tejado?
—¿Al tejado? ¡Qué minuciosos son, estos
señores de la policíal ¿Qué quiére usted
ver en el tejado? ¿Se figura usted que
«está allí miss Elisabeth? Yo e aseguro á
usted que no está.
Sherlock Holmes se rió y volviéndose á
William, le dijo:
—Espéreme usted aquí fumando un ci-
garro,
Luego se fué con el: portero, que volvió
á poco.
—¿Dónde está ese señor?—]e preguntó
lord Rochester.
—Ha querido quedarse solo y me ha di-
cho que le espere aquí. ¡Q Jué hombre más
- extraño! Cuando le mira á uno con sus ojos
- grises y penetrantes, parece que va á adi-
vinar hasta lo que ha comido uno la víspera.
¿Es amigo de usted? ¿Tiene tul inten-
clones para con usted ?
—Buenísimas,
- —Pero, ¡qué es esto!l—exclamó Mac Duff
espantado, mirando á la chimenea—, Cual-
- Quiera diría que hay ratones ahí dentro.
Ahí es donde encontraron el paquete de
- Topas de la joven desaparecida. Yo soy ir-
-__landés, y como irlandés, supersticioso. Si
- la pobre muchacha ha muerto asesinada,
y su alma tal vez...
—No diga usted tonterías, Mac Duff.
Yo no sé lo que habrá sido de miss Elisa-
beth, pero si realmente ha muerto, mejor
será que su alma escoja otra chimenea para
volver á presentarse en este mundo. ¡Ah!
¿Ya está usted aquí, míster Holmes? ¿Y
cómo. sin gabán? ¿Se lo ha dejado usted
e E tejado? Me parece que lo tenía us-
ted puesto antes..
—Mi gabán po? en e chimenea—con-
- testó el policía—. Mac Duff, tenga usted la
bondad de. sacar de envoltorio y he hecho
LA HIJA DEL USURERC
.Taptada.
= poder disfrutar por más tiempo la agrada-
ble compañía de ustedes y me, despido por
—Siempre es muy delicado—decía aque-
con él y que, he metido .en .el cañón. de
la chimenea empujando con un palo que
encontré en el tejado. Se ensuciará usted
un poco las manos, pero eso no importa,
El portero movió la cabeza, se arrodilló,
se arremangó aún más la manga de la ca-
misa y metió el brazo por el cañón de la
chimenea.
—¿No palpa usted nada? No hay que
hacer más que tirar de ello.
—Sí, sí, hay un paquete. Así sacamos. el
otro día los vestidos, los zapatos y las me-
dias de miss Aberdeen.
—Hasta á la vista de un sencillo zapa-
tero salta la analogía de ambos casos—
dijo Sherlock Holmes—. Esta es la prueba :
que tengo, por ahora, de su inocencia de
usted, y que demuestra que no ha sido
usted, sino otra persona, quien con inten-
ción criminal escondió ahí las os de e
. —¿Y quién puede haber cometido seme-
jante acción ?—dijo William.
—¿Quién? ¡El deshollinador!
—¡ Pero si yo no conozco ni he hecho dañío
nunca á deshollinador alguno! ¿Por qué
habían de tener interés en perjudicarme?
- —Un interés muy lógico. Ese deshollina-
dor no es tal deshollinador; es un cómplice
del que ha. hecho desaparecer á miss Aber-
deen. Mi misión consiste ahora en buscarle,
y como el plazo de setenta y dos horas que
me han concedido es muy corto para buscar
un deshollinador, y sobre todo á un desho-
llinador que no lo es, en este inmenso Lon-
dres, y tal vez en Inglaterra entera, y quién
sabe si en toda Europa, siento mucho no
ahora. Hasta muy pronto.
111
LA OREJA ENSANGRENTADA
lla misma noche Sherlock Holmes Á su
segundo, que era también su discípulo—
ocuparse en un asunto que no se ha llevado
desde el principio. Cada día cae sobre la