Full text: Al galope

A. Conan-Doyle.—AL 
ese punto, capitán Gerard, á la hora que 
usted ha designado. 
Yo me disponía á darles las gracias por 
aceptación de los desafíos, cuando la 
puerta del comedor fué abierra con vio- 
lencia y apareció el coronel del regi- 
miento apresuradamente, pintándose en 
su rostro gran agitación. 
—Caballeros—dijo él —, me han pedido 
n voluntario entre ustedes para enco- 
mendarle un servicio que envuelve gran- 
dísimo peligro. No ocultaré á ustedes que 
el asunto es serio en sumo grado, y que 
el mariscal Lannes ha escogido un oficial 
de caballería, porque se puede dispensar 
mejor su anuencia que la de uno de in- 
fantería Ó de ingenieros. No se pueden 
escoger los hombres casados. De los de- 
más, ¿quién se ofrece voluntario? 
No. necesito decir que todos los oficia- 
les solteros se pusierm al frente. El co- 
ronel miró con algún embarazo á aque- 
llos. Yo noté su duda. Tenía que esco- 
ger el hombre más valiente de su regi- 
miento, y, sin embargo, no quería, por 
Otra parte, privarse de su concurso. 
—Señor coronel—dije yo—, ¿se me 
permite hacer una objeción? 
El me miró severamente. No había sE 
vwidado mis observaciones de la cena, y 
sin embargo, me concedió la palabra. 
. —Me permitiré decir, coronel, que esta 
misión es mía, tanto por derecho, como 
por conveniencia. 
- —¿Por qué así, capitin Gerard?—con- 
testó el coronel. ' 
-—Por derecho, por ser el capitán más 
antiguo, y por conveniencia, porque no 
me echarán de menos en el regimiento, 
puesto. que mis compañeros o sí me 
conocen. 
La cara del coronel adquirió cierto as- 
pecto de tranquilidad. - 
- —Hay ciertamente mucha razón en lo 
que dice usted, capitán Gerard—dijo él—. 
Creo que usted es el más apto para des- 
empeñar esta di fícil misión. Si usted quie- 
Te venir conmigo, le Pe usted mis 
instrucciones, 
-— Di las buenas bal 4 mis arde 
y salí de la habitación, no sin antes ha- 
berles repetido que estaría á sus órdenes 
á las cinco de la mañana siguiente.” 
Ellos saludáronme con una inclinación 
de cabeza y pude notar. en sus rostros 
estimar en 
que ya habían empezado á 
algo mis dotes de carácter. gu, 
Esperaba « es a cor onel me  manifesta- 
GALOPE Qs te E ds 
se pronto lo que se relacionaba con el 
desempeño de mi misión; pero en lugar 
de esto, caminaba en silencio, yendo. yo 
detrás. 
Pasamos por el campo y atravesamos 
las trincheras saltando por encima de los 
montones de piedras y escombros, restos 
de las que fueron murallas de la vale- 
rosa ciudad. 
Dentro del recinto de la plaza veíanse 
diseminadas laberínticamente varias sen- 
das formadas por los escombros de las 
casas que habían sido destruidas por las 
minas de los ingenieros. 
Extensas porciones de terreno veíansa 
sembradas con restos de murallas y mon.- 
tones de ladrillos, reliquias de lo que fué 
antes una ciudad poblada. Habíanse 
abierto callejuelas en los escombros colo - 
cándose linternas en las esquinas con 
inscripciones para dar. dirección al tran- 
seunte. El coronel apresuró el paso, hasta 
que al fin, después del largo paseo, en- 
contramos el camino interceptado poruna 
alta pared gris que se extendía ante nues 
tro paso. Allí, detrás de una barricada, 
se hallaba situada nuestra guardia avan= 
zada. El coronel me llevó á una casa des- 
_mantelada y sin techo. Allí encontré dos 
oficiales generales y un mapa extendido 
encima de un tambor enfrente de ellos. 
Estaban arrodillados á su lado, examinán- 
dolo cuidadosamente á la luz 'de una lin- 
terna. Uno de cara afeitada y cuello torci- 
- do era el mariscal Lannes; el otro perso= 
naje era el general Razout, jefe de los in- 
genieros. | | 
-—El capitán Gerard se ha ofrecido A 4 
ir—dijo el coronel, =N 
El mariscal Lannes se puso en pie y ¡ 
me estrechó la mano. 
- —Es usted un hombre valiente, capi- 
tán—dijo él —. Tengo un regalo que ha- 
cer á usted—añadió, entregánlome un 
- tubo fino de cristal —. Ha sido especial- A 
_ mente preparado por el Doctor Fardet. 
En el momento supremo no tiene usted 
- más que ponerlo en sus. labios y morirá 
instantáneamente. 
Esto, como verán mis amigos, era un 
alegre principio. Os confesaré que un. 
escalofrío corrió por mis espaldas y eri: 
-záronse mis cabellos. 
- —Dispénseme usted, señor—dije yo 
mientras saludaba con una mano—. Se 
que me ha escogido como voluntario pa 
un servicio de gran peligro, pero los 
— rá exactos no se me han mado. todaví 
 
	        
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