Full text: Al galope

E A A EE 
ES pero. una de las balas de aquel maldi- 
- to destacamento había atr 
«Cuerpo. 
El valiente animal ni se quejó ni había 
_debilitad do su marcha; siguió cumpliendo d 
como bueno mientras tuvo vida. Momen- 
tos antes me creía yo seguro de cabalgar 
sobre uno de los más velcces y graciosos 
- caballos del ejército de Massena. Ahora 
yacía en el suelo, y no tenía más valor 
que el precio de su hermosa piel. 
Yo era allí el más desmañado y el más 
inútil de los seres: un húsar á pie. ¿Qué 
.. podía hacer con mis botas, mis espuelas 
y mi largo sable? Me hallaba detrás de 
las líneas “del enemigo. ¿Cómo podía es- 
—perar volver otra vez á nuestro campa- 
mento? 
- No me avergúenzo de decir que yo, Es- 
teban Gerard, me senté sobre el « caballo 
muerto y me cubrí la cara con las manos 
con desesperación. 
Ya los primeros rayos de AS 
aclarecían al Este, y dentro de media 
hora sería de día. ¡Haber ganado mi ca- 
mino, salvando toda clase de obstáculos, 
E Juego, en el último instante, encontrar- 
me abandonado, 4 á merced de mis ene- 
migos, mi misión ada y yo hecho 
prisionero! ¿No era esto suficiente para 
avesado su 
quebrantar el corazón de un soldado? 
¡Pero valor, amigos! Los hombres más 
alientes tienen momentos de debilidad; 
o tengo el espíritu como una tira de 
cero: cuanto más se la dobla, más alto 
salta. Todavía no estaba todo perdido. 
o que había arrostrado tantos azares,, 
esafiaría aquel también. Me levanté de. 
1 asiento y pensé en lo que podía hacer. 
primer lugar, estaba convencido 
a imposibilidad de retroceder. Mucho 
t mpo antes de que pudiera atravesar 
s líneas enemigas sería día completo; 
debía, por consiguiente, esconderme du- 
rante el día y dedicar la noche siguiente 
mi fuga. Quité la silla y la brida de mi. 
bre Voltigeur y los escondí entre algu- 
no arbustos para que nadie, al encontrar 
su cuerpo, supiera que era un caballo 
rancés. Después, dejándole alli, fuí en 
usca de algún sitio donde pudiera ocul- 
arme durante el día, - 
todas direcciones divisaba las ho- 
ras del campamento enemigo, situado 
e los montes. Ya formas 
empezaban á moverse alrededor 
4 cra 
Pero ¿dónde mai yo ge 
a ocultarme pror 
AL GALOPE 
esconderme? Me encontraba en una viña; 
las cepas estaban aún en pie, pero no se 
veía ni un mal árbol; no había nada con 
que poder cubrirse. Además, necesitaría 
alimento y agua antes de que llegase la 
noche. Me dirigí nerviosamente hacia 
delante, en la penumbra dei amanecer, 
esperando que la casualidad me protege- 
ría, y no me engañé. 
La casualidad es mujer, 
y tiene, por consiguiente, la vista fija 
siempre en un galante húsar. Atravesé - 
la viña con paso vacilante y apareció 
enfrente de mi vista una gran casa cua- 
drada, adosada á otra larga de baja edi- 
ficación. Tres Caminos se bifurcaban 
allí en distintas direcciones y fácilmente 
se podía adivinar que aquel edificio era 
venta Ó posada. 
No se veía luz en las ventanas; todo 
estaba obscuro y silencioso, pero era a 
presumir que un sitio tan cómodo par 
ero lugares s estaba ocupado y pr: as 
mente por algún personaje de im pora 
ni 
He aprendi do, por experiencia, sin em- 
e 
bargo, que cuanto más cerca se está del 
amigos míos, 
peligro, más seguro es el sitio, y así no 
estaba dispuesto á alejarme. ' 
El edificio más bajo era evi a 
la cuadra, y entré cautelosamente en ella. 
Estaba llena de. bueyes y carneros, que. 
se hallaban allilejos del alcance de las 
garras de los merodeacores. Una escale- 
ra de mano permitía subir al pajar, y tre- 
pé por ella, escondiéndome cómodamente 
detrás de unos haces de heno. Aquel p 
jar tenía una pequeña ventana abierta, y. 
por ella pude ver todo lo que ocurría « 
la posada. De este modo me dispuse á á es- 
-perar los acontecimientos. 
Era evidente que no me había equivo- 
cado cuando pensé que en aquella casa 
debía de hallarse alojada alguna persona 
de importancia. Así que la luz de la m: 
fana empezó á 
4 iluminar los campos, ta 
dé paro en distinguir la llegada á toc 
galope de un dragón de la caballería 1 
gera inglesa, portador de un despach 
Momentos después fueron llegando 
"la posada varios oficiales de distintas ar-. 
mas del ejército inglés, jinetes sobre arro- 
gantes y coños caballos. «Sir Staple 
sir Stapleton». Estas palabras brotaban 
: frecuentemente de sus labios. 
Echaron pie á tierra, y no tardó en 
aparecer el hostelero con grandes jarros 
de 80, que aquellos PP oficiale 
 
	        
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