A, Conan-Doy yle. —AL GALOPE e e 57
táneamente me había vuelto 4 poner en
pie y me dispuse á emprender una fiera
lucha. Me agarré á sus ojos, su nariz, sus
cabellos con la cólera propia de un tigre.
La sangre de batallador acudía otra vez
á mis venas. El antiguo grito de triunfo
que me había alentado en tantas ocasio-
nes de mi vida acudió á mis labios. «¡Viva
el Emperador!» —grité—. Le arremetí fie-
ramente dando con mi cabeza contra su
panza. El rodeó con sus brazos mi cuello
y después, sujetándome con una mano
- me dió con la otra un golpe en la cabeza.
Yo clavé mis dientes en su brazo y él
exhaló un terrible grito de dolor.
—¡Llámele al orden, lord Rufton!l—ex-
clamó en el colmo de su indignación—.
¡Llámele al orden! ¡Me está mordiendo!
El auditorio me aplaudió y me felicitó
con entusiasmo. ¿Podré yo olvidar jamás
aquellas felicitaciones, aquellos vivas,
aquellos actos de congratulación de los
galantes ingleses?
Mi adversario intentó atacarme de nue-
VO, y ambos recorrimos el comedor bus-
- cando la ocasión más oportuna de vencer.
el uno al otro. Yo, por fin, le agarré por
los carrillos y mostré á todos su Cara, roja
por la cólera y por la humillación.
_ Cinco años después de este aconteci-
miento pude saber por boca de lord Ruf-
ton que mi noble triunfo de aquella tarde
se conservaba i impreso. aún en la memoria
de mis amables amigos ingleses.
- No he de limitarme sólo al relato de
mis éxitos en sporf, pues esta noche es
mi deseo hablaros de lady Juana Dacre y
de una extraña aventura de la cual fué
ella la causa.
Lady Juana Dacre era hermana de lord:
_Rufton y á la vez estaba encargada del
gobierno de la casa.
- Yo creo que tengo motivo para sospe-
char que desde que llegué yo á-ser el
huésped de su hermano, pensaba lady
Juana en algo más que en el Bubierno do- :
—méstico.
Era una hermosa y admirable mujer, |
que parecía una planta exótica entre las
personas que la rodeaban. Ciertamente
esto podía decirse de muchas damas in-
lesas de aquellos días, pues los caballe=
os eran rudos, groseros, viciosos, llenos -
- deliciosos instantes de contemplación,
de malos hábitos y de muy pocos cumpli-
mientos, mientras que las mujeres eran
lo más cariñosas y tiernas que jamás he -
conocido. Se
E E La y yo habíamos legado á
ser excelentes amigos, pues no me era
posible beber tres botellas de Oporto des- E
pués de comer como lo hacían aquellos
caballeros de Devonshire, y por esto bus-
caba refugio en su salón tardes y noches.
Ella hacía música en su clave, y yo can-
taba aires de mi país.
En aquellos pacíficos y dulces momentos. LE
encontraba yo alivio para alejar la pena
que me embargaba, al pensar en que mi
regimiento había quedado frente al ene-
migo sin su jefe, á quien oficiales y sol-
dados habían aprendido á amar con cari-
ño entrañable y á considerarlo como un
compañero. Ciertamente podía yo haber-
me tirado de los cabellos cuando leía en
los periódicos ingleses los relatos de las
hermosas batallas que se estaban dando
en Portugal y en la frontera de España,
todas las cuales no veía yo por haber te-
nido la mala fortuna de caer en manos de;
lord Wellington. e
Desde el momento en que os he habla- e
do de lady Juana, veo que tenéis impa-
ciencia por conocer el final y los inciden-
tes de la aventura, mis queridos amigos.
Esteban Gerard estaba en su elemento -
cuando se hallaba cerca de una joven y
hermosa mujer. ¿Qué significaba esto para
él? ¿Qué significaba para lady Juana? No
era digno de mí, el huésped, el cautivo,
hacer el amor á la hermana del amable
lord que me hospedaba bajo su techo.
Pero yo era reservado y discreto. Probé
á ocultarle mis propias emociones y des-
Cubrir las de ella, pero por mi parte te-
“mía venderme, pues los ojos hablan más
elocuentemente cuando la lengua está en
silencio. E
Cadatemblor de mis dedos, cuando le
volvia las hojas de música, le decían mi
secreto. Pero ella, ella era admirable en
este punto, como lo son por regla gene-
_ral todas las mujeres. Si yo no hubiera
penetrado su secreto, hasta habría pen=
sado que ignoraba que yo estaba en casa a
de su hermano. E
Por algunos momentos abstralásé e
una dulce melancolía, mientras yo admi
raba su pálida cara y los hermosos rizo
de su pelo á luz de lámpara, y pensaba
en mi interior que estaba enamorada de
mí con toda su alma. Después de esto:
hablaba, y ella volvía su silla hacia mí,
como si no supiera que yo había estad:
desde mucho antes en el salón admir
Sola, se mostrabra sorprendic