A, Conan-Doyle.—AL GAIKPE
ses se dignó enterarse de mis palabras.
Hicieron en ellos un efecto algo seme-
jante al zumbido de un insecto al agitar
“sus alas en el espacio. Sus miradas se
hallaban clavadas la del uno én la de la
-Otra. e y E :
—Yo haré valer mis derechos, te lo
<aseguro—dijo él —. Ya he esperado bas-
tante tiempo, E
—Es inútil que insistas, Jorge.
—Vamos, ¿accedes de una vez?
—¡No, jamás! | ]
—¿Es esta tu respuesta decisiva?
—¡S', esta es! :
El se mordió una mano y la volvió la
espalda, diciendo: |
— Perfectamente, Lady, Ya nos ve-
_Temos. e
- —Dispénseme usted por un momento,
caballero —dije yo con dignidad.
+ —¡Oh, vaya usted con mil demonios! —
me contestó él volviéndose hacia mí con
su caballo y mostrándome su furiosa
«Cara. ; ips | A
Al mismo instante espoleó al ¡animal y
desapareció por la carretera á todo ga-
EN IN ! i
Lady Juana le siguió con la vista has--
- ta que hubo desaparecido, y yo me admi-
ré al notar, cuando me saludó, que su
- cara estaba sonriente y no furiosa, como
yo esperaba. Ella me tendió su mano y
me dijo: pa a
- —Es usted muy amable, coronel Ge-
rard, Le aseguro que le agradezco su ga-,
dagte OLeCIMEnO o aa e
_—Señora —dije yo—, si usted me faci-
lita el nombre y la dirección de ese caba-
llero, yo le aseguro que jamás volverá á
molestarle. sy
-.—No hay que dar escándalo: se lo rue-*
go á usted —gritó ella.
-. —Señora, yo no puedo olvidar fácil-
mente lo que he presenciado. Sin embar-
-go, puedo aseguraros que vuestro nom-
bre jamás será mencionado por mí, con
referencia á este incidente. Pero ese hom-
“bre me ha dado motivos para que yo ten-
ga el derecho de retarlo á un duelo.
.—Coronel Gerard—dijo lady Juana—,
«es preciso que me dé usted su palabra de
soldado y de caballero, asegurándome
que no volverá 4 mencionar este asunto
“ni irá más lejos sobre él, así como tam-
bién que no dirá nada á mi hermano so-
bre lo que ha presenciado. ¿Me lo pro=-
“mete usted? al
- —¡Si usted me lo exige!...
59
—Exijo. su palabra de honor. Ahora 2
suba conmigo al coche, y mientras nos
dirigimos á High Combe, le hablaré en
el camino sobre este asunto. q
Las primeras palabras de su conversa-
ción hicieron en mí un efecto igual al de
un sable agudo. | de e
—Ese caballero—dijo ella—es mi ma-=
ado. ue 0
—¿Su marido? !
—¿Usted no sabía que yo era casada?—
me dijo, mostrándose sorprendida por la
agitación que producían en mí sus pala-
- bras.
—No lo sabía. PE a z
—Ese señor es lord George Dacre.
Nos casamos hace dos años. No creo ne-
cesario decir cómo me injurió, hasta que
lo abandoné y me refugié en casa de mi
hermano Federico. Hasta hoy no me ha-
bía vuelto á molestar. Lo que yo deseo,
sobre todo, es evitar un duelo entre él q.
mi hermano. Me horrorizo al pensar que
esto pudiera suceder. Por esta razón, es PS
preciso que lord Rufton no sepa nada de
_lo que ha ocurrido hoy.
—¡Si mi pistola pudiera librar 4 usted
de este disgusto!... ¡ E
—No, no; no hay que pensar en eso...
Recuerde usted su promesa, coronel Ge-
rard, ¡y ni una palabra en High Combe de
lo que ha presenciado usted esta tarde!
¡Su marido! Yo me había figurado que
era una joven viuda. Aquel joven, decara
morena y modales toscos, con ojos azu-
les, era el esposo de esta tierna y cari-
ñosa mujer. ¡Oh, si ella quisiera confe=
sarme el odio que hacia él sentía! No ha-
bría divorcio tan rápido y tan cierto como
el que yo le pudiera proporcionar.
Pero una promesa es.una promesa, y
yo me veía obligado á guardarla al pie
de la letra. Mi boca estaba sellada. Den- ñ
tro de una semana tenía yo que ser ea-
viado á Plymouth, y de allí 4 Saint Mal
.y.me parecía que nunca volvería
hablar de aquella historia. Pero todavía el.
destino me tenía deparado enterarme de
nuevos incidentes y jugar un papel muy
-honroso en el transcurso de los hechos.
_ Habían pasado tres días después de
este acontecimiento que os he descrito
cuando lord Rufton entró con precipit
ción en mi cuarto. de ds
Su cara estaba pálida y sus mane
eran las de un hombre muy agitado
_—Gerar Í; ha visto/ usted