LA TORRE DE NESLE.
dre, aquel odio extraño que había mos-
trado profesar a Buridán, era una desgra:
cia más grande que la misma acusación
de hechicería.
Sin embargo, Buridán consiguió consó-
larla en parte, diciéndole, con mucha
razón, que después de todo era más fácil
obtener gracia de un padre que del ma-
gistrado encargado de instruir el proceso
por maleficio.
—En cuanto maese Lescot sepa que he
salvado a su hija — añadió para sí el jo-
ven—, muy duro ha de tener el corazón si
me niega la recompensa que le pida.
"Este pensamiento constituía casi lo que
ahora
para aleanzar la felicidad,'todos los me-
dios parecianle buenos 4 Buridán. |
in ell vetusto palacio d'Aulnay cele-
bróse consejo de guerra.
Mirtila contó detaMadamettce” su pri-
sión y cómo había sido encerrada en un
calabozo del Temple; luego habló «de la
visita que le había hecho una dama muy
hermosa y muy compasiva, y, por últi-
mo, refirió que'después de aquella visita
la-habían “trasladado, a media noche, a
aquella casa; cuya situación ignoraba.
AUí había vivido bajo la vigilancia de
una mujer, 'aunque la fuga era imposible,
a causa de los soldados que montaban la
guardia én el'piso bajo.
- Parecióles evidente a todos que la vi-
sitante dela Torre del Temple no-era
otra que la reina. También consideraron
nó menos cierto que la prisión de Mirtila
se había llevado a cabo por instigación
dé Margarita; ¡luego había debido arre-
Spentirse, y pará tener a la joven 'abal-
carice de su mano la había hecho 'trasla-
dár a la Torre de los Diablos.
an ¿qué AN motivar el poi
(1) Esta A no tiene ts en
nuestro idioma. Por otra parte, es tam cono-
cida, que juzgamos innecesario explicar su
significado.
lNamaríamos un chantage (1); pero
ble odio de Margarita hacia aquella niña?
Allí empezaba el misterio.
Sólo Buridán podía aproximarse a la
verdad, diciéndose:
—$i es cierto que la reina reparó en
mí hace tiempo, como me ha asegurado,
habrá hecho que me sigan y se habrá en-
terado de mis visitas al Huerto: de las
Rosas. De ahí su afán de perder a la po-
bre Mirtila, inocente víctima expiatoria,
la acusación de sortilegio, la prisión y
todo lo demás.
Entonces se planteó el problema más
grave.
Era necesario encontrar un asilo segu-
“ro para Mirtila.
La joven ignoraba completamente en
dónde vivía Claudio Lescot, su padre; en
cuanto a la pobre Gillonne, había des-
aparecido; tal vez estuviese presa, Como
decía Mirtila, o quizás hubiera sucumbi-
do, víctima de su abnegación (el lector
«sabe a qué atenerse con respecto a esta
madame Clopinel,
abnegación).
Era imposible que la joven .permane-
ciese en el palacio d'Aulnay.
Guillermo Borrasca, que era casado,
hubiese ofrecido de buena gana su casa;
pero le había tocado en suerte una mujer
celosa y ya vieja, por la cual se dejaba
vapulear.
En cuanto a Riquet Handryot, no tenía
domicilio fijo y además hacía vida' de
soltero.
Sin embargo, era necesario hallar un
refugio antes de que fuese el día, y los
«miembros de-aquel consejo de guerra Se
miraban unos a.otros con desaliento.
Buridán pensaba en confiar a Mirtila a
su patrona, cuando
Lancelot Bigorne asomó la cabeza por:la
puerta entreabierta.
—Ya' he encontrado un asilo para .esa
niña—dijo.
Entra—gritó alegremente Baridán —
y explícanos'tu proyecto... 5
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