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queréis moveros de casa! ¡Y si;osjencuen-
tran, me acusarán de haber dado asilo; a
«un amotinado al que está gguesdarido la
horca!
—¡Madama flopinel, estáis: equiyoca-
da, os lo juro por San Bernabé!
¡Y me prenderiíáan, me pondrían en la
picota, tal vez me. ahorcasen!:¡Puera de
aquí; truhán!, yo, soy súbdita fiel de-su
Majestad y-no recibo en mi casa ajos re-
beldes!¡É
do una escoba.
Ante.esta arma, y sobre todo ante los
gritos que amenazaban atraer,a la malti-
tud ala tienda, Lancelot Bigorne tocó
rápidamente retirada, salió a. la calle y
huyó, tratando de ocultar bajo.su capa
las heridas de sus ropas desgarradas y
bajo las alas de su sombrero las heridas
de su rostro ensan grentado.
—¡Que la peste acabe contigo, bruja,
hechicera, ladron: a, avara, tendera de Sa-
tanás! ¡Ojalá te claven en la cama las
cuartanas! ¡Y cuando estés en la cama,
que una buena cuadrilla de. bandidos in-
vada tu infernal morada! ¡Aguárdate! ¡Yo
te enviaré unos cuantos mozos de cuenta
que te darán la lección que mereces! En-
tretanto, ¿qué va a ser de mí? ¡Por toda
fortuna sólo poseo este puñado de higos!
En efecto: mientras se retiraba en buen
orden ante la escoba de madama Clopi-
nel, Bigorne había introducido una mano,
rápida y ágil, en un saco de higos secos,
los cuales empezó a devorar con melan-
- colía, mientras se alejaba con rumbo, a
playas más propicias.
Estas playas propicias, o que por lo
menos Lancelot Bigorne esperaba que lo
fuesen, llevaban el nombre poco :armo-
nioso de Tirevache. + SS
Era, en efecto, a la calle Tirevache,
adonde se dirigía el pobre Bigorne, que
derrotado, herido, medio cojo, con el ros-
tro despojado de la barba, el traje hecho
un verdadero guiñapo, parecía, como dice
Suera deaquí! —continuó, cogien=
LA, TORBE DE.NESLE
/
La Fontaine, hablando de su palomo,sun
presidiario fugado. Pero Bigorne no tenía
el consuelo de pensar que volví ía, 9 SU: hor
gar. -
El no tenía hogar, y buscaba uno,
“La calle Tirevache, estrecho: callejón
frecuentado. por mozas/de Malas costum-
bres y. por-ládrones de costumbres aún
más malas, no era sino una sucesión de
infamesHigones,, en donde, se reunían los
truhanes, ya antes de una expedición,
para prepararla, ya después de la expe-
dición, para repartirse los despojos de sus
víctimas.
Enzuno de estos figones entró Lancelot:
Al frente de esta casa sospechosa esta-
'ba un hombre extraño y de repulsivo as-
pecto. Era un enano por la estatura, pero
un enano con unos brazos de una longi-
tud corriente, es decir, que sobre unas
piernas excesivamente cortas, asentábase
un busto de hombre con unos brazos que
casi tocaban en el suelo. Al extremo de
“sus brazos velanse unas manos formida-
bles. El enano estaba dotado de una fuer-
"za hercúle:
Cuando tropezaba con un parroquiano
que le desagradaba ó que se negaba a pa-
gar el gasto, le cogía sencillamente por
el cinturón y le ponía enla calle. Este
procedimiento había inspirado a los
truhanes una viva admiración y Un res-
peto sincero hacia. ¿Noel el Patizambo: tal
era el nombre del enano.
—Buenos días, querido amigo — dijo
melosamente Bigorne al entrar—. Siem-
pre tan gallardo, siempre tan fuerte.
¡Ah!, bien puede decirse que Noel él Pati”
zambo es la honra de la calle Tirevache.
Hacía tiempo que no nos veíamos, ¿eh?
Te lo aseguro, languidecía, me moría sin
verte. Por eso, esta mañana, no pudiendo
resistir más, me dije: ¡Es preciso que hoy
mismo vaya a ver a ese querido amigo!
—¿Qué quieres? —refunfuñó el enano.
—Pues verte, estrecharte entre mis
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m
Me