ha MICHEL ZÉVACO
ES
Felipe, preciso es confesar que nos con:
ducen a ella entre festines bastante a cep-
tables. No nos moriremos de hambre.....
ni de sed—añadió, tomando en peso un
cesto—. ¡Truenos y rayos, cenemos! Ma-
ñana, como decía un tal Leonidas, cuya
historia me han contado, tal vez almor-
zaremos con Plutón.
Tras esto, los tres amigos se sentaron a
la mesa.
Buridán, que no obstante sus tristes
pensamientos, tenía mucho apetito, por-
que se había pasado en ayunas todo el
día, comió como dos y bebió como tres.
- Gualter, que había ayunado lo mismo
que él y que no tenía ningún pesar, co-
mió como tres y bebió como cuatro.
Felipe fué el único que comió sin gus-
to y bebió sin ganas. Durante la comida
la conversación versó, como era natu-
ral, sobre los sucesos del día, sobre la
victoria definitiva de Marigny y sobre
aquelacontecimiento tan imprevisto. ¡En-
guerrando de Marigny era el padre de
Mirtila!
Y por fin hicieron-mil conjeturas inter
pocula para adivinar qué prisión era
aquella en que Margarita hacía que los
tratasen como príncipes.
Luego, como Felipe afirmase que por
más conjeturas que sobre este punto hi-
cieran no podrían llegar a adquirir nin-
guna certidumbre, como Buridán confe-
sase que todo lo que él pudiese decir de
Mirtila y de Marigny no serviría para
nada en tales circunstancias, y como
Gualter declarase que un buen sueño de
unas cuantas horas sería el digno epílogo
de aquel festín con el cual acababan de
celebrar su próxima muerte, dirigióse
cada uno a.su cama y a los diez minutos
los tres dormían profundamente.
Por lo menos, Buridán dormía muy
bien.
Felipe fingía dormir.
En cuanto a Gualter, roncaba de tal
manera que hacía temblar las columnas
que sustentaban el techo del calabozo, lo
cual, sino la prueba, es por lo menos la
señal más evidente del sueño.
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