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LA TORRE DE NESLE a
medio del silencio y las tinieblas, el mo-
mento de ir a matar a Lancelot Bigorne:
_La muerte de Lancelot Bigorne.
La muerte de Mirtila.
La muerte de Buridán.
Tal era su obra en aquella noche infer-
nal. Y Mabel soportaba la espantosa pe-
sadumbre de este triple pensamiento de
muerte, pensando en el día siguiente.
Porque el día siguiente era el día de la
venganza. Era el día en que vería a Mar-
garita morir de dolor. Y si Margarita no
moría, ella la haría morir, y se acabó.
Entonces, de todos los actores de la
tragedia de Dijon, para los que Ana de
Dramans, luchando contra el horror de la
muerte, había concebido el plan de estas
represalias, no quedaría más que el con-
de de Valois a quien matar.
e . oo. ... .... «¡19600 0. 060.606...
Cuando Mabel Dogá al Chátelet vió
que el preboste había cumplido su pala-
bra, y que el puente levadizo sólo pare-
cía esperarla a ella para levantarse. Un
arquero de centinela acechaba su llega-
da. Aquel hombre se acercó a ella y le
preguntó:
-—¿Sois vos la mujer a quien espera el
señor Juan de Precy?
—Yo soy —respondió Mabel.
-- Entonces, seguidme.
En aquel momento dieron las once en
la torre del Chátelet; el soldado, prece-
diendo a Mabel, cruzó un pasadizo abo-
vedado, luego un patio, después entró en
an pabellón, y, por último, Mabel se halló
en presencia del preboste, quien le dijo:
—«¿De modo que quieres bajar al cala-
bozo de Bigorne?
-—En eso quedamos. Y así lo ha dis-
puesto la reina.
--Sí. Pero debo acompañarte yo o ha-
cer que te acompañen.
—Quiero ir sola.
—¿Sola? ¡Demonio! ¿Y si el preso te es-
trangula?
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aa es cuenta sita dls Mabel tran-
quilamente., :
- —Después de todo —pensó el ole
te—,así habríauna hechicera menos. Por-
que, condéneme Dios si este demonio de
mujer no es una verdadera hechicera.
¡Bien!—añadió en voz alta—. Y cuando
salgas —si sales—dirás lo que deseas.....,
lo que la reina desea que nuestra munifi-
cencia conceda a Lancelot Bigorne: una
buena cuerda, un hachazo en la nuca O
'un buen sueño en el potro..... As
--Lo diré. Haz que me guíen, preboste.
—¡Cómo! Yo mismo te guiaré, mujer;,
yo mismo, escoltado por media docena
de arqueros armados de dagas, porque
no tengo el menor deseo de ir a hacer
una visita a Satanás en tu compañía.
El preboste echó a andar. Mabel se en-
cogió de hombros y le siguió. En el co-
rredor esperaban, no seis, sino doce ar-
queros. Y además, un carcelero con las
llaves y otro con una antorcha. Toda
aquella fantástica pandilla, dominada por
la silueta espectral de Mabel, echó a an-
dar al rojizo resplandor de la humeante
antorcha, a lo largo de los siniestros co-
rredores de bóvedas rebajadas, como para.
ahogar las quejas; de muros llenos de
hendiduras que pudieran tomarse por
arañazos hechos en ellas por las uñas de
los muchos desesperados que habían visi-
tado aquellos lóbregos lugares. degs
Luego bajaron una escalera de caracol;
A medida que bajaban, en medio de la
obscuridad cada vez más densa, los ojos
de Mabel tornábanse más brillantes. A
medida que se hundían en una atmósfera,
más pesada y más húmeda, parecía res-.
pirar más libremente.
Mabel bajaba el primer peldaño ve su
venganza.
De repente, el preboste ds una,
puerta.
—¿Es aquí? -—preguntó Mabel.
—No, mira.