«que ningún ruido del exterior llegaba a
Bu calabozo.
Gualter lanzó un suspiro ahogado que
hubiese podido pasar por un rugido. -
-—¿Qué demonios te sucede? —preguntó
Buridán.
—Que me caigo. de sueño — contestó
Gualter, arrojándose sobre su cama y ta-
pándose la cabeza, para sofocar sus so-
1ozos.
Deo en... .- . .s .ao.. . sn + /¿.. ... e... .... .
En 0 lphisato oyéronse pasos pre-
cipitados. De un salto halláronse los tres
amigos cerca el uno del otro.
Un segundo después llegó a sus oídos,
salgo así como un gemido desgarrador.
—¡Oh!-—murmuró Gualter—¡esto no es
“una prisión, esto es el Infierno!
¿El ruido de pasos, mezclado al ruido
de voces, $e acercaba. Comprendieron
que alguien bajaba a su calabozo.
—¡El Infierno—dijo Felipe, con som-
bría entonación.
-—Pero esto no es una cárcel-— murmu-
hos MICHEL ZÉVACO
16, Buridán—.
comprendo!.....-¡Ya sél.....
¿El qué?—rugió ¡Gualter.
— ¿Qué eii ÓN Felipe,
estremeciéndose..,
—¡El sitio en que estamos!
o. estamos? -
—¡En los subterráneos de la Torre de
Nesle!
Felipe se dejó caer en un taburete.
Gualter dió en la mesa un formidable
puñetazo. Buridán palideció al pensar
que sus suposiciones podían, debían ser
ciertas.....
Y bruscamente, violentamente, abrióse
la puerta.
Una mujer desmeienada, despavorida,
presa de una especie de terror, apareció
en el umbral.
Buridán lanzó una espantosa carcaja-
da. Felipe vaciló y se puso lívido bajo su
antifaz. Gualter llevó la mano al sitio de
la daga, de la cual le habían despojado.
Lostres, estremeciéndose, murmuraron:
—¡Margarita de Borgoña!
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¡Oh! ¡Ya adivino!..... ¡Ya