con las manos, y, entre jadeos de insen=-
sato terror, murmuró.
-—¡Felipe y Gualter d'Aulnay! ¡Los es-
pectros de la Torre de Nesle!
AA . e... .<o. +. e. ..oo.n».«<0s
Buridán no se sata movido. Tal es-
cena desarrollábase en medio de un si-
lencio fúnebre.
Margarita de Borgoña siguió retroce-
diendo hasta el momento en quese en-
contró acorralada en un rincón. Al pasar
tropezó con la mesa, que vaciló; el tinti-
neo de los jarros de estaño y de los vasos
fué el único ruido que rompió el silencio,
pero ninguno de los presentes lo advirtió.
Era aquel para ellos un instante in-
olvidable de angustia.
Margarita experimentaba un terror vi-
vísimo ante aquella visión que las supers-
ticiones de la época hacían posible, ve-
rosímil..... 5
Buridán, indudablemente envenenado,
esperaba el instante en que había de hun-
dirse en la nada...
“Felipe sentía ae sde su corazón se apo-
deraba el amor, dominándolo todo: des-
precio, cólera, hasta el temor de la pró-
xima muerte de su amigo.....
Gualter murmuraba sordas impreca-
ciones y se preguntaba cómo mataría a
aquella mujer, si de una puñalada..... O
estrangulándola...... ¡
Esto duró un minuto...
Y entonces, en medio de este silencio
fúnebre, experimentó Margarita la irre-
sistible curiosidad que inspira el miste-
rio. Quiso volver a ver los espectros.
Apartó sus manos y vió...
Vió a Gualter que se dirigía hacia ella.
Y Gualter, con terrible sonrisa, decía:
—:¡Sólo faltabas tú para la fiesta, Mar-
garita! ¡Escucha! ¡Es imposible que Buri-
dán se vaya solo de este mundo! ¡Tú le
acompañarás! ¡Eh! ¡Buridán! ¡Qué honor
para ti! ¡Vas a irte al otro mundo escolta-
do por una reina!..... ¡Y qué reina!
LA TORRE DE NESLE
garita.
Felipe, pálido como si verdaderamente
hubiese sido un espectro, no se movió. >
Pero cerró. los ojos para noO ver lo que
iba a suceder.
Entonces el terror supersticioso de la
reina se trocó en otro terror más real.
Comprendió que Felipe y Gualter—por
qué po no hubiese podido decir-
lo te, ha-
bién logrado evadir se del saco de Stragil-
do. ¡Comprendió que estaban vivosl ¡Com-
prendió que Gualter iba a matarla!
— ¡Buridán! ¡Buridán! — aulló—. ¡De-
fiéndeme! ¡No me dejes morir!
— ¡Pronto! ¡Pronto!, caballeros —rugió
en aquel momento una voz ronca y entre= |
cortada.
Todos, hasta el mismo Felipe, hasta el.
mismo Gualter, se volvieron.
—;¡Lancelot! —gritó Buridán.
—¡Prontol repitió Bigorne—. Dentro
de un minuto sería demasiado tarde..
—¡No será antes de haberla castigada »
truenos y rayos!-— rugió Gualter, cuya
mano oprimió la garganta de la reina.
—¡Gualter!
—¿Qué? |
Felipe estaba al lado de Gualter. y
Los dos hermanos se miraron. O porlo'
menos Felipe miró a Gualter. Y, sin duda, *
había en sus ojos uno de esos ruegos o lo, qe
esas amenazas supremas que parecen sa-
lir del fondo del alma en esas circunstan-
cias excepcionales en que todo el proble-
ma se reduce a estos dos términos: vivir
o morir, y en las que lo demás importa
poco. |
Sí, debió ser espantoso lo que había en
aquella mirada de un her mano a su her-
mano, porque Gualter soltó lentamente
su presa, retrocedió, rugió como una fiera,
y mesándose con ambos manos su espesa
melena, se retiró a un rincón de la estan
cia, lanzando una maldición.
/ : y y e, ze ,
De un salto estuvo Gualter junto a Mar=
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