XXXVII
MALINGRE Y GUILLONNE
Simón Malingre se irguió y dijo:
—Puedo hacer algo mejor, monseñor.
¿Quién es Bigorne, después de todo? Un
pobre diablo que no merece el honor de
vuestro odio. Basta con que yo me ocupe
de él; un humilde criado como yo basta y
sobra para Bigorne, y yo le tomo por mi
cuenta. Estad tranquilo, conde de Valois;
los días de Bigorne están contados.....
—¿De modo que también tú le odias?
—i¡Yo! ¡nada de eso! Pero estando al
servicio de monseñor, comparto, como es
natural, los afectos y los odios de monse-
ñor; quiero decir, los odios secundarios,
los afectos de un orden inferior. En cuan-
to alos sentimientos de un orden más
elevado, pasan por encima de mi espina-
ZO, que el respeto mantiene encorvado;
pero por mucho que me incline, no dejo
de echar una mirada por aquí, una ojea-
da por allá; con esto me basta para saber
muchas cosas.
-—¡Demasiadas tal vez!— murmuró el
conde. .
—Demasiadas, no, puesto que todo es
para servir a monseñor. Juzgad si no:
Monseñor, en este momento tal vez die-
rais toda vuestra fortuna por saber en
dónde está la hechicera Mirtila. ¡Pues
bien, yo lo sé!
1
221
Una oleada de sangre invadió el rostro
del conde de Valois. Su fisonomía dura y
severa expresó vivísima curiosidad. Du-
rante un segundo permaneció inmóvil
ante Malingre, triunfante, luchando en
su interior con los dos sentimientos que
le dominaban,
—La paloma se nos escapa—continuó
Malingre—. Yo no. conozco su nido. No
tengo más que alargar el brazo y entrego
a vuestra señoría la más linda de las he-
chiceras.
Un gran suspiro levantó el pecho del
conde. /
voz más baja y acercándose—, La amáis”'
como jamás habéis amado, lo cual es una
tontería, monseñor. ¡Pero, en fin, en esta
ocasión, el amor está de acuerdo con
vuestros intereses; y qué venganza para
vos, monseñor, tener en vuestro poder á
esa hermosa niña, ya que esa niña es la
hija de Marigny!
Un sollozo, que Valois no pudo conte-
ner, silbó en su garganta.
—Cállate—murmuró —. No ofrezcas a
mi imaginación esas imágenes de un
amor imposible, porque jamás sufrimien-
to igual ha torturado el corazón de un
— Porque la amáis—dijo Malingre, en
hombre. Porque es preciso que esa hechi-.