LA TORRE DE NESLE
Una vez en el Temple, Mirtila sería — —Esa hechicera no está aquí — dija |
suya de grado o por fuerza. ¿Y después? fríamente Mabel. | Ne
¿Qué le importaba lo que sucediera des- Valois rechinó los dientes. Dió un paso
pués, puesto que él no conocía el amor hacia la puerta, como para Jlamar a sus
sino en su forma más grosera, y puesto arqueros. Pero acercándose nuevamente
que tenía la seguridad de lograr la satis- 2 Mabel, añadió: e ON
facción de este amor? —Escucha: sé que Alarte la mano ati
Una vez abierta la puerta, entró Valois es casi lo mismo que alzársela a la reina,
en la casa, y, seguido de sus arqueros (en Sé que toda violencia empleada contra ti 3
aquel momento Malingre se había pues- me atraería la venganza de tu ama. De
- toa la cola), subió la escalera. Al llegar modo que todavía no'te hablo como amo,
arriba vió una puerta, a la luz de las an- sino como un hombre que viene a supli-
torchas encendidas por sus soldados. Se carte. La Hechicera Mirtila está aquí. El
acercó, y se disponía a llamar con la rey quiere verla. Si va al Temple y no Ad
mano, cuando la puerta se abrió de par encuentra, estoy perdido. Prefiero incu-
en par. Valois sintió por un instante ese rrir en el enojo de la reina a incurrir en
recelo y esa inquietud que inspira siem- el del rey. ¿Comprendes?
pre una puerta abierta al que va decidi- -——Sin duda, ¿pero por qué he de guar- ño
do a forzarla. Mabel, por su parte, al ver- daros yo consideraciones, monseñor? Va-
se en presencia de su antiguo amante, se mos, decídmelo. Supongamos que Mirtila
estremeció ligeramente. Pero, dominán- está aquí. ¿Por qué he de entregárosla?
dose casi en el acto, dijo: ¿Por qué he de tener compasión de vos?
—Bienvenido seáis, señor conde, a la —¿Compasión?—murmuró Valois frun- A
humilde morada de Mabel. ciendo el ceño—. ¡Pues bien, sea! Esa es
—¡Mabel!-—murmuró con estuporelcon- la palabra. Yo siempr e te he demostrado
de de Valois—. ¡La favorita de la reina)... una estimación que nadie te profesa en
-—¿Venís, sin duda, a comunicarme al- el Louvre. Te temen, te odian. Yo te he
una orden de su Majestad la reina? rotegido siempre, muchas veces sin
y E
—¿Una orden? ¡Sí! —contestó Valois—. quetú lo supieras. T'ú por tu parte, has
Pero es una orden del rey. manifestado siempre hacia mí todo el
Y haciendo seña a los arqueros de que afecto de que eres capaz. Somos aliados.
" le esperasen en las salas del piso bajo, en- Me parece que ese es un motivo más que s
tró, cerró la puerta tras sí y dijo: suficiente. eS
—Mabel, tú eres adicta al rey y a la —Preciso es que vuestra situación sea
reina. Por ello te trataré con más consi-— muy apurada—dijo Mabel con voz con-
deraciones que a otra cualquiera. Porlo tenida-—para que 05 humilléis hasta el
demás, no era átia quien yo pensaba punto de suplicar a una simple azafata :
encontrar aquí. Pero ya que ha sido así, -- Es verdad, Mabel, es verdad, El tiem- 5
será más fácil mi misión. po pasa..... Vamos..... entrégame la he- E
—¿Qué misión? chicera.
—Yo he preso a una hechicera llama- -—Sin embargo: —Continuó Mabel como
da Mirtila, acusada de haber hecho un sino hubiese oído —, en el Louvre tal vez
maleficio al rey. Esta hechicera se ha es- seamos aliados, NES aquí no lo somos.
capado del Temple. Está aquí. Lo sé, Ma- —¿Por qué, Mabel; por qué?
bel. Es preciso que antes de una hora la -—Porque aquí yo no soy Mabel.
hechicera haya vuelto a su calabozo. -—Que no eres..... ¡Oh! Pero entonces, .
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