Full text: La Torre de Nesle

     
   
Y 
-y con una voz terrible, sofocada por los 
sollozos. me dijo: «¡Venid! ¡Si queréis re- 
coger el último suspiro de vuestra ma- 
dre, venid!.....» Entonces perdí la cabe- 
beza, hundí las espuelas en los ijares de 
mi caballo y salí a escape. Pronto estuvi- 
mos fuera de París. Anocbeció. Nuestra 
desenfrenada carrera a través de los cam- 
pos semejaba la de tres fantasmas arras- 
trados por el huracán. Al amanecer, nues- 
tros caballos no podían ir ya más que al 
paso. Cayó el mío, luego el de Gualter..... 
después el de nuestro servidor. 
Estábamos a dos leguas escasas del cas- 
tillo que nos ocultaba. el espeso bosque. 
Pero, a lo lejos, por encima de los árbo- 
los, veía yo una humareda que subía ha- 
cia el cielo. Corrimos hasta quedarnos sin 
aliento. Al fin llegamos al pie de la coli- 
na en cuya cima se alzaba el castillo 
d'Aulnay. PA 
Gualter lanzó un gemido ahogado. 
—¡Vino!—-murmuró. 
Riquet Handryot le llenó el vaso. Buri- 
dán escuchaba, apretados los labios, pen- 
sativo. 
—¡El castillo estaba ardiendo!—con- 
tinuó Felipe con extraña calma-—. Cuan- 
do llegamos al puente levadizo nos lo en- 
contramos lleno de muertos. El patio de 
honor estaba atestado de cadáveres. En 
la escalera hallamos todavía más cadá- 
veres. Saltábamos por encima de ellos, 
andábamos entre charcos de sangre, oía- 
mos el chisporroteo del incendio. Delan- 
te de las habitaciones de nuestro padre 
los cadáveres eran aún en mayor número; 
allí debió librarse la suprema batalla. 
Yo estaba loco, yo estaba ebrio de horror, 
yo sentía que se me erizaba el cabello. 
De repente, entre los muertos, via mi pa- 
dre, Thierry, señor 4'Aulnay. Tenía más 
de veinte heridas. Me incliné hacia él, 
,me arrodillé, escuché, apoyando el oído 
en su pecho para sorprender un postrer 
soplo de vida..... Mi padre estaba bien 
MICHEL 
  
  
  
   
  
ZÉVACO 
muerto. Entonces me levanté y vi a Gual- 
ter que, titubeando, como presa de un 
horror inmenso, entraba en la habitación 
y pronto oí sollozos..... 
—¡Vino!—repitió Gualter con voz ron- 
ca, oprimiendo el vaso con su mano cris- 
pada. 
Guillermo Borrasca le dió de beber. 
—Le seguí — prosiguió Felipe con la 
misma calma—, y ví a mi madre; aún no 
estaba muerta: algo así como una sonrisa 
resbaló por sus labios cuando vió a sus 
dos hijos..... La cogí en mis brazos, mur- 
muró una palabra, una sola, y murió. 
Hubo un momento de espantoso si- 
lencio. . : 
—Escuchad—dijo de repente Gualter. 
-—No es nada—agregó fríamente Bu- 
ridán—, son los leones de la reina que ru- 
gen. ¿Y qué palabra fué la que pronunció 
vuestra madre al morir?..... 
—¡Marigny! l 
Nuevamente reinó el silencio entre 
aquellos hombres que evocaban la san- 
grienta tragedia d'Aulnay. Luego, Felipe 
continuó: 
—AÁunque mi madre no hubiera pro- 
nunciado esa palabra, nosotros hubiéra- 
mos comprendido de dónde procedía el 
golpe que aniquilaba nuestra casa en 
plena prosperidad. En los cadáveres Gel 
puente levadizo, del patio y de la escale- 
ra; había yo reconocido ya las armas de 
Marigay. Cogía mimadre en mis bra- 
zos. Gualter cogió a mi padre. El servi- 
dor que había ido a buscarnos quiso se- 
guirnos, pero le vimos vacilar y desplo- 
marse. Estaba muerto. Tal yez el dolor 
contribuyese tanto a sa muerte como las 
heridas por las cuales había estado de- 
sangráudose durante toda la noche. En 
todo el castillo d'Aulnay no había más 
personas vivas que Gualter y yo. Sali- 
mos. A nuestra espalda derrumbábanse 
las paredes..... Afuera encontramos a al- 
gunos vecinos de la aldea que se habían 
    
  
  
    
 
	        
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