Full text: La Torre de Nesle

  
MICHEL ZÉVACO 
cio honrado, y además, en esos tapices se 
ven escenas de torneos, de desafíos...,. y 
será un consuelo..... Y además, se viaja, 
se va a Flandes, y a mí me han dicho que 
los flamencosson valientes; una prueba de 
ello es la batalla de Courtrai. Quiero co- 
nocer a los flamencos. Venderé tapices, 
ahogaré a maese Lescot bajo mis tapices 
y llegaré a ser un comerciante más rico 
que él, y entonces me casaré con Mirtila 
y seacabó. 
Entregádo a estos pensamientos, Buri- 
dán iba y venía, silbando, sonriendo, 
abriendo su ventana para que entrase el 
sol, escuchando los gritos que subían de 
la calle, en fin, contento de vivir. 
La guardilla estaba bastante decente- 
mente amueblada, con una cama de co- 
lumnas oculta por cortinas de sarga azul, 
por un gran arcón, una mesa, varias si- 
llas y dos butacas. | 
En la pared, unas cuantas espadas y 
una colección de dagas daban á aquella 
habitación un aspecto amenazador, que 
hacía estremecer de gusto a la viuda Clo- 
pinel. 
Sobre la mesa había un tintero, un 
mazo de plumas de ave, cortadas las más 
y las otras esperando que les llegase la 
vez, y, por último—lo que era un verda- 
dero lujo—cinco ó seis copias de manus- 
critos. - 
Buridán, pues, avicalábase con esmero, 
con esa emoción, con esa ternura que los 
enamorados ponen en esta importante 
operación, cuando llamaron a su puerta, 
la cual, a una invitación suya, se abrió, 
franqueando el paso a un hombre alto, de 
. complexión robusta, cetrino, lleno el ros- 
tro de costurones y cicatrices y cubierto 
con unas ropas a las que muy bien se hu- 
biera podido dar el nombre de harapos. 
—¡Ah!¡Ah!—exclamó Buridán—. ¿Eres 
tú, querido ahorcado?..... 
+-Ahorcado, no, caballero; pero debo 
confesar que faltó muy poco..... Soy, efec- 
-audaz...; 
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tivamente, yo, Lancelot Bigorne, para 
serviros. 
—¿Vienes a decirme las mil cosas que 
me anunciaste ayer? 
—Y otras muchas más, si vuestra se- 
fioría tiene a bien escucharme. 
—Consiento en ello. Sólo que son las 
nueve, apreciable Bigorne. A las once 
debo estar cerca del Temple... 
tanto, arréglate de manera que las mil y 
tantas cosas que tienes que decirme nonos 
entretengan más de una hora. Emplean- 
do bien los sesenta minutos, no dudo que 
lo conseguirás. Ahora coge una silla, 
sírvete un vaso de ese vinillo blanco que 
ves sobre el arcón, y empieza, sin OCu- 
parte de averiguar si te escucho..... por- 
que no te respondo de hacerlo. 
Me escucharéis — dijo gravemente 
Lancelot—. Además, no necesito todo el 
tiempo que me otorgáis generosamente. 
Después de recogerse unos instantes, 
Lancelot Bigorne pareció experimentar 
la necesidad de animarse, porque de un 
solo trago se bebió la mitad de la botella 
que Buridán le había indicado. 
Buridán iba y venía, silbando y sin 
ocuparse, al parecer, del recién llegado, 
pero no le perdía de vista. 
—Este es el hombre que yo PESA 
. pensaba Bigorne—. 
Valiente, jovial y 
tan confiado, que entro en su cuarto como 
si fuese uno de sus amigos.. 
—¿Qué querrá este tunante? — decíase, 
por su parte, Buridán—. Tiene cara de 
listo, la expresión de su mirada es astuta, 
. ¡Será algún trubán! Pero, ¿por 
qué le irían a ahorcar?..... 
—Caballero—dijo de repente Bigorne, 
-wOs necesitáis un criado, y a mí me 
hace falta un amo. ¿Queréis que yo sea 
vuestro criado? ¿Queréis ser vos mi amo? 
¿ 
—¡Ah! ¡ah!=exelamó Buridán, enar- 
cando las cejas—, ¿tú-crees que yo nece- 
sito'un criado? 
—Sin duda alguna. Un hombre “como 
.3 por lo 
  
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