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LA TORRE DE NESLE
ya sabréis. Mi padre me había instalado
con Gillonne en el Huerto de las Rosas, en
donde vivía yo desde hace muchos años,
pe AAA feliz, sin más preocupa-
"ciones que rezar por mi padre las noches
en. que el viento y la lluvia azotaban la
casita..... ¿Qué crimen he podido cometer?
—Dicen que sois hechicera—observó
Margarita, tratando de afirmar su voz.
—¿Cómo he de ser hechicera—dijo con
dulzura Mirtila —, cuando comulgué por
Pascua, como puede atestiguar el cura de
la capilla de San Nicolás?
Y Mirtila se echó a llorar. Estaba tan
pálida, tan triste, tan linda, que los más
indiferentes se hubiesen sentido movidos
a compasión al ver tanta gracia y tanta
belleza en aquel espantoso lugar.
Margarita sentía palpitar su corazón.
Hubo en ella como un desbordamiento
de amor maternal. Los pensamientos per-
versos, las pasiones terribles, las ideas
crueles huyeron de su espíritu como las
aves nocturnas huyen de los antros impu-
ros cuando penetra por casualidad en
ellos un rayo de luz; su:seno palpitó, su
garganta se oprimió......dió rápidamente
dos pasos, cogió a la joven entre sus bra-
zos y la estrechó convulsivamente.....
—¡No llores—jadeó—, no llores más,
hija mía, yo puedo «mucho!..... Puedo
arrancarte a la muerte..... Puedo hacerte
salir en este mismo instante de este es-
pantoso lugar.....
Extasiada, ebria, Mirtila oía estas pa-
labras y creía soñar.
Y con adorable ingenuidad, en aquel
venturoso instante en que entreveía la li-
bertad, la vida, la felicidad, cruzó las
manos y balbuceó:
Aci de Borgoña desanudó lenta-
mente el maternal abrazo en que tenía
presa a su hija,
Luego retrocedió.
Y como Mirtila levantase hacia ella sus
ojos inocentes y puros, vió que estaba
horriblemente pálida.....
—Señora—dijo—, ¿qué tenéis?..... ¡Oh,
sufrís!
—No, no—balbuceó Margarita—. Tran-
quilizaos. Habladme de la felicidad de
aquellos a quienes vais a volver a VeT.i..
de vuestro padre..... de vuestro buen pa-
dre..... y de..... ¿cómo babéis dicho?
—Juan Buridán—dijo Mirtila, con una
sonrisa de infinita ternura.
Margarita ahogó el rugido que subía a
sus labios. Y en tanto que, como tras de
los momentos de bonanza, la tempestad,
la espantosa tempestad de las pasiones,
se desencadenaba, rugía en su corazón,
isonrió a su Vez!..... y preguntó con dul-
ZuUra: |
—¿Vuestro hermano, tal vez?..... ¿NOPwewa
¿Un amigo, sin duda?.....
—Mi novio—dijo Mirtila.
—Vuestro novio.....—repitió Margarita.
con un suspiro desgarrador-—y 0S AMA.....
¿Le amáis vos?
—Yo creo, señora, que si Buridán mu-
riese yo me moriría..... Y estoy segura de
que si me sucediese una desgracia él ven-
dría a morir allí donde yo muriese.....
——Sí, sÍ — murmuró precipitadamente :
la reina—comprendo.: «Pues bien: tranqui-
lizaos..... Es imposible que el amor de
Buridán no os salve..... Esperad más ho-
ras..... Voy a ocuparme de vuestra feli-
cidad.
Al decir esto, retrocedió....., salió al co-
rredor....., empujó la puerta....., y cuando
hubo cerrado aquella puerta, como el car-
celero se había marchado con Valois, su
mano....., su mano blanca, fina, nerviosa,
su mano maternal cayó sobre el enorme
cerrojo, férreo bozal de la boca del ca:
labozo.
Vaciló un instante.....
Miró en torno suyo como si fuese a co-