MICHEL
queros del rey, los guardias del prebos-
tazgo, los arqueros de la ciudad, los guar-
dias del Chatelet! ¡Todos nos acechan,
nos esperan y quieren echarnos mano!
¡Sin contar con que a estas horas no hay
un parisiense qne no sueñe con embolsar-
se los eseudos de oro y de plata ofrecidos
por cada una de nuestras cabezas!
—Insultas a París, Guillermo—dijo Bu-
ridán.,
—¡Bien, bien! —respondió el emperador
de Galilea—. ¡Yo conozco París, Buridán,
y te desafío a que encuentres una casa en
la que te atrevas a penetrar, una calle
por la que puedas pasar, una piedra so-
bre la cual puedas apoyarla cabeza!
Guillermo Borrasca estaba de mal hu-
mor porque tenía bambre y sed. Pero, en
el fondo, lo que decía no era sino la ex-
presión de la terrible verdad. Es induda-
ble que los cinco amigos no hubiesen po-
dido presentarse en París sin exponerse
a ser denunciados por algún enamorado
de la prima ofrecida a son de clarín, o
por algún policía de afición, como los ha
habido en todas las épocas, especialmente
en la nuestra.
—£$Sin ser tan pesimista como tú- aña-
dió Buridán-—confieso que nuestra situa-
ción es bastante apurada.
—¡Vos tenéis la culpal—exclamó Lan-
celot Bigorne—.¡Cómo! ¡Guillermo, Ri-
quet y yo hemos hecho prodigios de astu-
cia! ¡Nos apoderamos de Valois y vos le
déjáis en libertad! ¡Oh! sé perfectamen-
te, señor Buridán, lo que podéis respon-
derme (Buridán .se estremeció); pero en
fin, aparte de las consideraciones de fa-
milia..... Ea :
—¿Qué consideraciones de familia? —
- preguntaron Guillermo y Riquet asom
brados, :
Buridán se había puesto muy pálido.
—Ya os lo explicará Buridán algún día
si lo estima conveniente—contestó Bigor-
ne—. Me parece que hubierais podido im-
ZÉVACO
poneros a Valois y sacar más partido de
la situación en que os hallabais en la To-
rre de Nesle. ¡Pero no es eso todo! Yo he
consentido en disfrazarme de mono, Y
estos dos honrados parisienses han con-
sentido en hacer de osos. ;
Guillermo y Riquet suspiraron.
—Hemos asistido a la procesión del
obispo de los locos. Hemos escamoteado
a maese Baheigne, ayuda de cámara del
rey. Y a propósito, Gualter, ¿qué habéis
hecho del tal Baheigne?
—-Le dejé en la taberna en que le em-
borraché concienzudamente, como con-
vinimos. Cuando me separé de él ronca-
ba debajo de una mesa. ¡Truenos y ra-
yos! ¡Por qué no me ocuparía yo de la
suerte de mi hermano como me ocupé de
la de Baheigne!
—Entramos, pues, en el Louvre-—-con-
tinuó Lancelot Bigorne—, tuvimos aquel
rasgo de ingenio de llevar al rey Luis al
lugar mismo en que debía hallar las prue-
bas de la traición de Margarita ¡Y desde
el momento en que Margarita estaba per-
dida, vosotros podíais consideraros salva-
dos! No hablo de mí, porque conmigo no
va nada. ¡Y cuando el rey tiene las prue-
bas en la mano, vos ayudáis a Felipe a
destruirlas! Tal yez sea una acción gene-
rosa,.... pero el primer efecto de esa ge-
nerosidad es que a estas horas Felipe
d'Aulnay estará probablemente en algún
calabozo del Temple o del Chatelet, y que
nosotros nos vemos acorralados como Zo-
rros perseguidos por-una jauría compues:
ta de doscientos mil parisienses! ¡Lo que
es para esto no valía la pena de disfra-
zarse de mono! Para obtener tales resul:
tados me hubiera contentado con mi pa-
pel de hombre.
—Pues bien: tienes razón—dijo Buri-
dán, que no pudo menos de echarse a reir.
—Otra vez, cuando tenga en mi poder al
rey, aprovecharé la ocasión para exigir-
le que nos conceda a todos nosotros el de-
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