MICHEL ZÉVACO
la rapidez inconcebible de que parecen
estar animadas todas las malas noticias.
En los alrededores del Louvre aglomerá-
banse las compañías. Dentro del Louvre
se preparaban, bruñían las armas, y en la
cámara del rey se celebraba un consejo
de guerra.
Cuatro mil hombres armados estaban
prontos a marchar contra el enemigo. En
todas las parroquias se tocaba a rebato.
Era la guerra.
¡La guerra de los nobles contra los men-
digos!
Y por todo París un nombre corría de
boca en boca, pronunciado con terror,
entre maldiciones, entre amenazas de
muerte.....
—¡Buridán!..... ¡Buridán!.....
¡París entero se alzaba contra Buri-
dán!..... |
Y en la Corte de los Milagros, en aque-
Ma casa a la que Hans le había conduci-
TIRA A AA AA A A e»
do, Buridán hallábase solo, solo con Mir-
tila. Y allí, aquellos dos seres, todo ju-
ventud, vida y amor, aquellos labios
trémulos quese buscaban, aquellas mi-
radas que se cruzaban, entonaban un
himno de augusta paz y de dicha infini-
ta, con el que rimaba el murmullo de
estos dos nombres balbuceados con trans-
porte:
—¡Buridán!.....
—¡Mirtila!..... 2
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