Full text: Buridán

  
  
  
XV 
EN EL QUE TODOS SE PREPARAN A MATAR 
El señor de Marigny había sido nom- 
brado por Luis Hutin capitán general de 
las tropas encargadas de esta singular 
expedición en pleno París. Decimos sin- 
gular, porque juzgamos con arreglo a 
nuestras ideas modernas, porque el París 
de nuestros días nos hace ver las cosas de 
una manera especial. Pero en la época 
cuyos caracteres esenciales hemos trata- 
do de bosquejar en esta obra, una bata- 
lla contra la Corte de los Milagros no po- 
día sorprender a nadie. Los truhanes y 
los mendigos tenían sus privilegios, esta- 
ban unidos en corporación, vivían en el 
corazón de París como en país enemigo, 
y cada una de estas dos importantes ra- 
mificaciones hacía la guerra a su manera: 
los truhanes por la fuerza, los mendigos 
por la astucia, constituían un verdadero 
ejército, con sus jefes, sus generales y su 
generalísimo, y cronistas dignos de fe 
Aseguran que no bajaban de quince mil 
aquellos soldados que en un momento 
dado podían unirse y agruparse bajo la 
misma bandera. Quince mil para el París 
moderno es un número insignificante. 
Para el París de Luis X, que contaba unos 
doscientos mil habitantes, en una época 
en la que un ejército regular de veinte 
mil hombres parecía formidable, quince 
“mil era un número más que respetable. 
Así, pues, no tiene nada de extraño que 
Luis preparase la expedición contra la 
Corte de los. Milagros con el mismo cui- 
dado con que hubiese podido disponer 
una expedición contra algún temible ene- 
migo de afuera, : 
El conde de Valois, que en cualquiera 
otra ocasión hubiera tenido una crisis de 
envidia y de rabia, vió con disimulada, 
satisfacción a su rival colocado a la ca- 
beza de la expedición. Estudió la situa- 
- ción moral de Marigny en aquel lance, 
la juzgó espantosa, y se regocijó. En efec- 
to: ya quedase vencedor o resultase ven- 
cido, Marigny sólo dolor y desesperación 
podía hallar en la. Corte de los Milagros, 
en donde estaba su hija, 
Por otra parte, la prisión de Marigny 
no estaba sino aplazada. 
Valois, pues, viéndose colocado bajo 
las órdenes de su rival, pensó en todas 
las contingencias de la batalla que se 
preparaba, y se prometió influir un poco 
en estas contingencias. 
Una flecha mal dirigida, una puñalada 
en medio de la refriega, podrían arreglar 
muchas cosas y suprimir la necesidad de 
la prisión, que sería difícil si a Marigny 
se le ocurría encerrarse en su palacio de 
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