BURIDAN
costa de la cobardía que me proponéis.
No hablemos más de ello. Esta noche se
celebrará una reunión general, y os haré
una proposición delante de todos mis súb-
ditos.
Después de pronunciar estas palabras
salió Hans, dejando a Buridán asombrado,
Menor or coro rss coro... «e conga.
Aquel día transcurrió en medio de in-
quietud mortal para el joven. Si hubiera
estado solo le habría agradado la idea de
Una batalla. ¡Pero estaba a su lado Mir-
tila! Y al solo pensamiento de que la jo-
ven pudiera morir, se sentía paralizado,
lo cual prueba una vez más que el amor
es la verdadera piedra de toque para los
hombres de acción.
Llegó la noche. Alrededor de la Corte
de los Milagros se oían los rumores, los
cantos, los gritos de las tropas reales, que
impacientes por venir a las manos, en-
tretenían el tiempo con frecuentes liba-
ciones.
Cuando ya la obscuridad fué completa,
empezó a producirse un extraño movi-
miento en la Corte de los Milagros.
El reino de la Hampa, cuya capital
puede decirse que era la Corte de los Mi-
lagros, estaba formado en realidad por
tres calles: las de los Francos Arqueros,
San Salvador y Piétres, en las cuales des-
embocaba una multitud de callejuelas.
De igual modo que corre el agua por
los ríos desbordados, corría por aquellas
tres calles una muchedumbre de hombres
y mujeres que acudía a la Corte de los
Milagros. Se habían encendido tres ho-
gueras, rodeadas de mesas y bancos. De
trecho en trecho ardían antorchas de re-
Sina. Detrás de cada antorcha había un
tonel. Sobre las mesas, en torno de las
cuales se iban sentando sin orden ni con-.
cierto los que llegaban, había jarras y
vasos de estaño. De vez en cuando, uno
cualquiera de los medigos se levantaba,
abría la espita del tonel, llenaba una ja-
rra y servía de beber en la mesa de que
formaba parte. . :
En el centro de la plaza se levantaba la
picota, adornada con un cuarto de carro-
ña, y decimos adornada, porque cual-
quier cosa constituía un verdadero ador-
no para aquella clase de gente. Algunos
pasos detrás de aquel horrible estandarte
se había armado sobre toneles vacíos un
estrado alumbrado por varias antorchas,
desde el cual se dominaba perfectamen-
te toda aquella extraña reunión de truba-
nes.
Un relativo silencio reinaba entre aque-
lla multitud, que no se había congregado
allí para celebrar ningún festín, sino obe-
deciendo una orden del jefe supremo, es
decir, del rey de la Hampa. Habría allí,
quizá cinco o seis mil hombres y muje-
res, que habían llegado desde todos los
puntos del reino, y todos ellos se habían
colocado con perfecto orden: el duque de
Túnez y el de Egipto, sus condes, sus
agentes, sus maceros, los egipcios, los
bohemios y otros muchísimos grupos co»
nocidos por nombres extraños, y forma-
dos por gente horrible, feroz y harapien-
ta. Todo aquel mundo desconocido, fan-
tástico, fabuloso, formaba un conjunto
que parecía una pesadilla (1). Sin embar-
go, en todos aquellos semblantes se reve-
laba la mayor seriedad, y todas las mira -
das se dirigían hacia el estrado, todavía
vacío.
De pronto se hizo en aquella muche-
dumbre un silencio sepulcral; acababa de
(1) El verdadero nombre de ese extraño
reino era el de Argot, que hemos traducido
por Hampa, y los de hubins, calots, coquil-
lards, courtauds, boutauches y otros con que
eran conocidos los grupos que lo formaban,
correspondian en el lenguaje de Argot a las
diversas industrias de la que pudiéramos lla-
mar profesión de mendigo, y que no tienen
traducción exacta y gráfica en ninguna len-
gua literaria. :
Los hubins o habatins simulaban haber su-
frido mordeduras de perros rabiosos; los ca-
177
Buridán.—C. M.
12