MICHEL
solemne en que levantasteis vuestra daga
sobre un hombre que teníais a vuestros
pies. La daga iba a caer. Aquel hombre
iba a morir. Entonces yo os sujeté por un
brazo, como acabo de sujetaros, y os dije:
«No matéis al conde de Valois, porque el
conde de Valois es vuestro padre,» ;
Buridán se estremeció, y con voz ron-
ca preguntó: .
—Y ahora, ¿qué tienes que decirme?
— Recoráad — continuó Bigorne —lo
que os dije después. Os hablé de una
mujer... S
lee: la mujer que una noche en la
calle de Froidmantel me dió una cita
para la Torre de Nesle! ¡De la mujer que
me habló por segunda vez al pie del to-
rreón del Louvre para atraerme también
a la Torre de Nesle! Me po Lancelot,
me dijiste que esa mujer era..
La frase se ahogó en la gar ganta de
Buridán.
Temblaba a acia
—¡Os dije que era vuestra madre!—
añadió Bigorne—, y ahora, Juan Buri-
dán, ahora, hijo del conde de Valois y de
Ana de Dramans, podéis entrar.
—-¡Mi madre! —balbuceó Buridán.
Y entró.
Mabel estaba sola en la sala.
Buricán la vió inmediatamente en la
semiobscuridad. La vió tan pálida, con
una expresión tan triste y tan gozosa a
la vez, que sintió que se le doblaban las
rodillas, y tuvo que pararse junto a la
puerta cerrada. Pero prorrumpió en so-
llozos, extendió los brazos y repitió:
—¡Mi madre!
Entonces Mabel avanzó vacilando.
Quería hablar. Pero ningún sonido sa-
lía de sus labios.
Buridán quiso adelantarse hacia ella,
ya que ella se dirigía hacia él.
Pero su vista se turbó. Parecióle que le
faltaba el suelo bajo sus pies. Sintió que
se caía, que su corazón se hacía peda-
ZÉVACO
Z05..... y, de repente, tuvo la sensación
de que dos brazos femeninos, dos brazos
nerviosos y amorosos, le estrechaban con
infinita dulzura Experimentó la sen-
sación, desconocida para él, de que su ca-
beza descansaba sobre un seno de mujer
que palpitaba sordamente..... Experimen-
tó la sensación de ensueño de que se tor-
naba niño y de que se dormía en delicio-
sa seguridad en el regazo maternal...
Sintió sobre su frente una lluvia tibia,
abundante, precipitada, la lluvia de lá-
grimas de la madre..... y vagamente; em
el momento de perder el conocimiento,
oyó estas palabras:
—¡Mi Juan! EE hijo! ¡Al fin te hallé!
.eoso
.o.. ...so
Estas escenas ¿bineS no son para de
critas. En estas escenas en que palpita la
emoción humana en lo que tiene de noble
y de sagrada, la palabra puede vibrar en
el teatro al unísono de los sentimientos
que expresa, pero la palabra escrita, la
palabra escrita, que es un médio imper-
fecto de expresión, y que balbucea, en
vez.de hablar, la palabra escrita resulta
impotente.
Añadiremos que, por lo demás, la pin-
tura de una emoción, por interesante que
sea, no serviría más que para alargar el
relato que nosotros, modestos novelistas,
nos hemos, propuesto llevar a buen fin,
dejando a los innumerables genios de la
literatura moderna el peligroso honor de
descubrir estados de alma y sacar a relu-
cir sentimientos alambicados.
Nosotros nos limitaremos a decir que
las dos horas siguientes fueron para Ma-
bel y Buridán, es decir, para la madre y
el hijo, dos horas inolvidables, de esas
cuyo dulce recuerdo conserva el hombre
hasta en la extrema senectud, para buscar
en él la ilusión y hallar en él un postrer
rayo de luz antes de hundirse en las som-
bras de la muerte. z
Al cabo de estas dos horas que la ma-
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