Unos golpes violentos conmovieron la
Puerta, que casi inmediatamente saltó he»
cha pedazos. :
- Al mismo tiempo penetraron en el ves-
tíbulo algunos arqueros.
—¡ Adelante! ¡Sus! ¡Sus! —aulló Juan de
Precy, que mandaba la fuerza.
—¡Matadlos! ¡Matadlos! —vociferaron
los arqueros.
— ¡No! ¡por el cielo! — gritó una voz po-
tente, que dominó :el tumulto —; ¡que los,
cojan vivos!
Y un hombre de elevada estatura, se-
reno, frío, desdeñoso, con el ceño frunci+
do, la expresión dura y severa, apareció
con la mano apoyada en la empuñadura
- de su espada, que había desdeñado des-
envainar.
— ¡Enguerrando de Marigny! — aulló
Gualter—, ¡El asesino de nuestros padres,
Félipe!
--¡El padre de Mirtila! —murmuró Bu-
ridán, que palideció horriblemente.
A un gesto de Marigny detuviéronse
los arqueros y hasta el mismo preboste;
Los soldados interceptaban la puerta des-
quiciada y ocupaban casi media sala.
Al otro extremo de esta sala, en un gru:
po compacto, estaban Felipe y Gualter
d'Aulnay, espada en mano, Guillermo
Borrasca y Riquet Handryot, con-sus da-
gas empalmadas, y Buridán, que perma-
necía inmóvil.
En cuanto a Lancelot Bigorne, había
desaparecido.
Marigny hizo un gesto y Juan de Pre-
cy, preboste de París, dijo:
— Juan Buridán, Felipe y Gualior
d'Aulnay, Guillermo Borrasca y Riquet
Handryot, a los cuales ha reconocido
nuestro señor, al uno el título de empe-
rador de Galilea, y al otro el de rey de
la Basoche, yo, Juan de Precy, preboste
de París, os declaro en nombre del rey
traidores y rebeldes. Por lo cual, y sin
otra forma de proceso ni de juicio, vais a
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BURIDAN
ser presos y conducidos a las horcas de
Montfaucon, para: que purguéis vuestros
delitos. Después de lo cual,en prueba de la.
magnanimidad del rey nuestro señor, se
os concederán a cada uno de vosotros diez
minutos para confesar vuestros crímenes
y recibir la absolución, si es que vuestros
confesores os juzgan dignos de ella. Des-
pués de lo cual se os aborcará. Ahora,
decidme si os rendís o-si debo dar orden
de atacaros.
—Tened cuidado no vaya yo a aguje-
rearos la piel, compadre de Satanás —gri-
tó Riquet, blandiendo su daga.
—Ojalá te ahorquen, no cabeza arriba,
como a un hombre honrado--—votiferó
como al últim) de los rufianes.
Guillermo a su vez—sino cabeza: abajo; E
—¡Hi, hal-—gritó una voz estrepitosa
y burlona que salía de las habitaciones
inmediatas.
Búridán tenía los ojos fijos en Marigny.
El primer ministro levantó un brazo
paro imponer silencio'a los arqueros, a
los que aquel rebuzno había exasperado,
y habló a su vez:
—Señores d'Aulnay, y vos, Guillermo
Borrasca, y vos, Riquet Handryot, conde-
nados por la justicia del rey, estáis indul-
tados por su clemencia (sacó un pergami-
no de debajo de su capa y se lo entregó
al preboste, que se inclinó). Nuestra rei.
na ha solicitado y ha obtenido del rey
nuestro señor que se os perdone la vida.
—¡Hi, ha! ¡Hi, ha! —exelamó- la misma
¡ ¡
voz burlona, eS parecía sofocada por la
risa.
Oyéronse espantosos rugidos en el gru-
po de arqueros, y Juan de Precy puso la
e
cara más apurada que puede poner beni
preboste.
-—No es esto todo continuó Marigny,
con una calma imponente y terrible—. Se-
ñores d'Aulnay, quedáis en libertad. Se
os restituye vuestro castillo d'Aulnay y
se os conceden a cada uno de vosotros