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MICHEL ZÉVACO i
Y Marigny entraba también en la Cor-
te de los Milagros; donde se oían por do-
quiera lamentaciones y gritos de miseri-
cordía..... Y detrás de Marigny los caba-
lleros y detrás dos mil arqueros.
¡Toda aquella multitud estaba en la
Corte!
Las puertas de las casas se abrían pre-
cipitadamente, y los truhanes, como lie-
bres que buscan la cama, se lanzaban
por todas partes y desaparecían.
Los arqueros formaron en la Corte en
orden de batalla.
¡La rebelión estaba vencida!.....
— ¿Los que quieran salvar su vida, que
se entreguen a discreción! —gritó Marig-
ny con voz potente, que dominó aquel tu:
multo.
En aque! momento dejóse oir un formi-
dable estruendo en la calle de Francos
Arqueros.
Poco después se repitió el estruendo dos
o tres veces, haciéndose por último con-
tinuado ala vez que se levantaba de la
calle una espesa nube que subía en espi-
rales de un gris obscuro.
Arqueros, oficiales, caballeros, todos se
volvieron hacia el punto en quese for-
mba aquella nube opaca, en cuyo seno,
como en el de las nubes de tempestad,
rugía el trueno, y todos ellos lanzaron un.
grito terrible, pretendiendo escapar de
aquel peligro.... ¡Era ya demasiado tarde!
En el mismo instante mendigos, ladro-
nes, truhanes, toda aquella muchedum-
bre que había simulado huir ante el láti-
go de Marigny; todos aquellos seres des-
arrapados, feroces, que habian escapado
y desaparecido por todas partes como una
inmensa bandada de liebres sorprendidas
por el cazador; hombres, mujeres, todos
ellos armados de picas, de hachas, de es-
. toques, de puñales; todos como si hubie-
ran obedecido a una señal, volvieron a
presentarse y se arrojaron furiosamente
sobre la gente de Marigny, lanzando fe-
roces imprecaciones y asestando golpes
terribles que hundían pechos y rompían
cráneos. Era una legión de demonios,
quizás cuatro o cinco mil, y formaba un
enorme remolino-que iba encerrando y
estrechando a los desgraciados arqueros,
que arrojaban sus armas; a los caballe-
ros, pálidos e inmóviles y al mismo Ma-
rigny, estupefacto y horrorizado.
La calle de Francos Arqueros estaba
cerrada, o por decir mejor, no existía ya
en la parte contigua a la Corte de los Mi-
lagros.
Las casas de ambos lados eran monto-
nes de escombros.
Aquello formaba un enorme hacina-
miento de piedras, de vigas, de cascotes,
de tejas, como si un ciclón hubiera derri-
bado aquel rincón de París.....
Ya no se podía entrar en la Corte de los
Milagros.
Tampoco se podía salir de ella.
Enguerrando de Marigny, cincuenta
caballeros y señores, dos mil arqueros y
oficiales estaban amerced de los truhanes.
Dicese que Luis Hutin, como Príamo a
la vista de Troya destruída, se arrancó
desesperadamente los cabellos.
-—¡Mis' bravos caballeros! —exclamó con
voz desgarradora.
—Señor —dijo a su lado una voz seme-
jante al silbido de una serpiente—. ¡Pe-
didlos como César Augusto pedía a Varo
sus legiones! ¡Pedídselos a Enguerrando
de Marigny, que los ha conducido a esa
trampa!
El rey se volvió y reconoció a Valois.
—¡Salvémosle! —rugió—. ¡A mí todos!
Hubo que detenerle, porque pretendía
lanzarse adelante espada en mano. .Hu-
bieran sido precisos ocho días de trabajo
para hacer practicable la calle, suponien-
do que los trabajadores pudieran hacer
tranquilamente su tarea sin temor a las
flechas de los truhanes. |
He aquí lo que había sucedido.
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