$
dd
BURIDAN
y
A cada lado de la calle habían sido mi-
nadas en sus cimientos cinco o seis casas,
mientras que un grupo de quinientos o
seiscientos truhames mandados por el du-
que de Túnez había hecho frente a los
arqueros durante dos días, contestando
con juramentos a las amenazas y con im-
precaciones a los insultos. Asi, pues,
mientras que
Túnez distraían a los arqueros del rey,
mientras que las tropas reales se concen-
traban poco a poco, mientras que los je-
fes decidían dirigir todos sus esfuerzos al
ataque de dicha calle, creyendo que los
rebeldes no habían tenido tiempo para
levantar barricadas, Buridán se ocupaba
en dirigir aque! trabajo subterráneo.
Las casas minadas fueron sostenidas
sobre puntales, y al pie de cada uno de
éstos se había atado una larga cuerda.
Después de haber pasado Marigny se-
guido de los caballeros y de las compa-
ñías de arqueros que mandaba, Buridán
hizo sonar un cuerno,
Era la señal.
Diez hombres agarraron cada una de
las cuerdas y tiraron de ellas.....
Cayeron los puntales..... se desploma-
ron los muros..... cayeron los techos y
quedó hecha la barricada por el amonto-
.hamiento de piedras y escombros, que
llenaron la calle hasta una altura de
quince pies. cd
Sólo que esta barricada, en vez de en-
contrarse frente a los asaltantes, se halla -
ba a su espalda,
Buridán penetró en la Corte de los Mi-
lagros seguido de Lancelot Bigorne y se
Gualter d'Aulnay,
Gualter echó mano al puñal y se diri-
gió hacia Marigny.
Buridán puso la mano sobre el hombro
de Gualter, el cua! se detuvo.
A su alrededor seguían las vociferacio-
- Des, saltaban los trubanes, corrían aloca-
dos los arqueros; había en el aire un in-
los hombres del duque de .
la:
menso rumor mezclado de gemidos, de
quejidos, de gritos agudos de mujeres
que excitaban a sus hombres para la gran
matanza.
—¿Dónde vas?-—dijo Buridán jadeando
y cubierto de polvo.
—Voy a matarle—rugió Gualter.
—No —dijo Buridán.
— ¡Es nuestro prisionero!
— ¡Es mi huésped!
Gualter levantó al cielo sus ardientes
ojos y iloró.
— Gualter — dijo con dulzura Buri-
dán— , he jurado a Mirtila que le salvaría
la vida..... He jurado, ¿lo sabes? Ahora
haz lo que quieras.
Gualter rompió el puñal con ambas
manos y arrojó los pedazos.
Buridán se lanzó al centro de la Corte
de los Milagros. Un caballero le tiró un
golpe con su daga, alcanzándole en el
hombro, pero en el mismo instante el
agresor recibió una mazada de Guiller-
mo Borrasca que le tendió sin vida.
De un salto pasó Buridán al estrado
que se levantaba junto al nc de
los truhanes.
Una vez allí, hizo sonar el cuerno.
Una nube de flechas silbó en tornosuyo,
sin alcanzarle ninguna.
—¡Derribadle! — aulló Marigny—. Mi
fortuna entera para el que mate a ese
hombre.
Veinte arqueros se adelantaron. Pero
se estrellaron contra una muralla de men-
digos de rostros terribles; era la guardia
de honor del capitán Buridán.
Se oyó sonar por tercera vez el cuerno.
En el mismo instante dejaron de ame-
nazar las hachas, se envainaron los pu-
ñíales, se bajaron las picas y se apaciguó
el tumulto.
Sólo se oía el gemido de los heridos,
que continuaba como ese susurro de la
espuma después del ruido atronador de
la ola rompiéndose contra las rocas.
se
201