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MICHEL
Pronto levantó la cabeza y comenzó a
observar a los que le conducían, y una as-
tuta sonrisa pasó por sus labios. La pa-
trulla que le había detenido estaba man-
dada por un sargento del Chátelet, el
cual, por un exceso de precaución mar-
chaba al lado de Bigorne. Después de es-
tudiar el semblante sencillo y alegre de
aquel hombre, le dijo Bigorne con su más
amable sonrisa:
—¿O3 molestaría que yo repitiese la
pregunta de adónde me conducen de este
modo? '
—¿Qué te importa, perro ladrón? ¿No
has de llegar, de cualquier modo, dema-
siado pronto a la horca que te está espe-
rando?
—Precisamente, mi amable señor, pre-
cisamente porque no ignoro que me
aguarda la cuerda, es por lo que desearía
saber por cuál camino me van a condu-
cir..... a fin de tomar el más largo..... a
ser posible.
—Un poco antes o un poco después tu
perra persona acabará por balancearse
. en el remate de una cuerda sólida y bien
engrasada.
—Evidentemente, pero tengo la debi-
lidad de querer bastante a mi perra per-
sona, como decis muy bien; y quisiera
que se balancease lo más tarde posible.
Por eso pregunto, ¿dónde me llevais?
—Anda..... ya lo sabrás cuando llegue-
mos-—contestó aquel hombre sin poder
evitar la risa.
—Tengo un gran disgusto —dijo Lan-
celot son una dignidad llena de corte-
sía—. Había creído adivinar por vuestra
fisonomía que érais un hombre de cora-
zón, pero ya veo que me he engañado, y
que sois incapaz de agradecimiento.....
porque realmente debierais estarme agra-
decido.
—¿Que yo debiera estarte agradeci-
do?..... ¿yo?
—Sin duda—contestó Bigorne sin per-
ZÉVACO
der su flema—. ¿No me debéis diez es-
cudos? (
—;¡Calla! ¿Es que te has vuelto loco?
¿De qué te debo yo diez escudos?
—Pues es bien sencillo. Por haberme
detenido y llevado a lugar seguro. El se-
ñor preboste o el señor Conde de Valois
no pueden menos de daros una gratifica-
ción, que creo no bajará de veinte escu-
dos. Porque yo soy una buena presa.
—Es verdad—dijo el hombre de la cu-
ria algo más suavizado (1).
—Por lo tanto, y en reconocimiento de
lo que os hago ganar, bien podíais decir-
me adonde vamos.
—¡Hen! ¿Y para qué quieres saberlo?
—Porque si el sitio adonde vamos no
es el que yo pienso, podría indicaros otro
en el que ya no serían diez miserables es-
cudos lo que podríais ganar, sino veinte,
cincuenta o acaso ciento. ¡Una fortuna!
—¡Ah,truhán!¿Te estás burlando de mí?
—Contestad a mi pregunta y ya veréis
sime burlo o no.
—Bueno. Dime tú primero adónde de-
biera llevarte para ganar esa gratifica-
ción. :
—Al Louvre —contestó lacónicamente
Bigorne.
— ¡Al Louvre! —dijo su interlocutor sol-
tando una carcajada. ¿Al Louvre un tru-
hán como tú? “Vamos, ya veo. que no dn-
das de nada. Bero voy a cumplirte mi
promesa. Te llevo al Temple para que te .
interrogue monseñor de Valois, que es el
que decidirá de ti.
Bigorne sintió un estremecimiento en
su interior; pero sin perder la calma,
dijo:
—Pues yo sostengo lo que dije; que sólo
en el Louyre: podréis ganar la gratifica-
ción de que he hablado.
(1) Conviene quese advierta que el sar-
gento de que aqui se trata no era un cargó
militar sino curialesco; algo asi como al-
guacil.
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