XXIV
EL REY Y EL BUFÓN
Cuando todos se hubieron retirado, el
rey entró en su cuarto seguido de Lan-
celot Bigorne, que tomaba posesión de su
empleo de bufón y que, por lo demás, se
daba perfecta cuenta de que aún no ha-
bía acabado con el rey. Por el contrario,
la lucha, porque era una verdadera lucha
la que iba a entablarse entre los dos hom-
bres, comenzaba en aquel momento.
La más pequeña imprudencia podría
ser causa de que el pobre Lancelot per-
diese al mismo tiempo su empleo de bu-
fón y su vida de truhán.
El rey se sentó en su sillón.
Lancelot Bigorne, sin haber sido invi-
tado, se acomodó en un taburete; esta es
una de las prerrogativas de su empleo,
porque el oficio de bufón constituía lo que
llamaban un «empleo», con sus moles-
tias, con sus deberes y hasta con sus pe-
ligros; pero también con sus beneficios y
sus prerrogativas, mejor dicho, sus inmu-
nidades.
Cómodamente sentado ante el rey su
amo, Lancelot Bigorne juzgó prudente
esperar a que éste le interrogase.
En efecto, después de reflexionar unos
instantes, el rey le dijo:
—Bueno, señor bufón, vengan esasreve-
laciones: ¿qué tienes qué decirme a pro-
pósito de lo que sucedió en la Torre de
Nesle? Cuando me llevaste allá te conten-
taste con dejarme delante de una puerta,
diciéndome que buscase y encontraría.
Busqué y nada encontré. ¡Sin embargo—
añadió con sombría expresión—, es pre-
ciso que encuentre! ¡Habla, pues, si es
que sabes algo!
Lancelot abrió los ojos econ asombro, en
tanto que su nariz, que era muy larga y
de una movilidad extraordinaria como
todo su rostro, parecía alargarse y en-
corvarse, pronta a arrojarse, a precipitar-
se en la inmensa concavidad que le ser-
vía de boca.
—¿Yo tengo que hacer unas revelacio-
¡San Bernabé y San Pancracio
me asistan! ¡Permita Dios que todos los
diablos del infierno la emprendan conmi-
go a tizonazos y mé saquen a tiras mi po-
bre piel; permita Dios que todo el fuego
del infierno, que todas las llamas del rei-
no infernal estiren y alarguen mi lengua
hasta el punto de convertirla en una ro-
dilla excelente para fregar el suelo, si
comprendo una palabra de lo que me
decís! E
—Sin embargo - exclamó el rey—, ¿no
me han dicho que querías hablarme acer-
ca de eso?.....
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