BURIDAN
profiriendo una imprecación feroz y vol-
viéndose hacia Hugo de Trencavel, que
mandaba la compañía.
—¡Es inútil ir más lejos! —dijo, lanzan-
do una carcajada -—; ¡las fieras se escapan!
¡Las fieras! Mirad cómo corren.
Aquel hombre era Stragildo.
—¡Cómo! ¿se escapan las fieras?—dijo
el capitán de guardias, aterrado—. ¡Hola,
muchachos, atención! ¡parece que vamos
a tener que habérnoslas con los leones
del rey!
—¡Ah! ¡nol—exclamó Stragildo, enco-
giéndose de hombros —; ¡si fuesen los leo-
nes no hubiera dicho las fieras! :
Y dejando a Trencavel estupefacto y
aturdido, Stragildo corrió al patio, mur-
murando entre dientes: ;
—Ese imbécil de Marigny ha dejado
escapar a esa cuadrilla de locos. Me pare-
ce que ya debo ir pensando en buscar
climas más benignos..... ¿Quién ha abier-
25
to la puerta? — añadió fríamente, diri-
giéndose a los mozos, que estaban agru-
pados y que al ver a su jefe se quedaron
sobrecogidos de terror.
—¡Yo! —dijo uno de ellos—. Me obli-
garoN.....
El desdichado no tuvotiempo de añadir
una palabra más. Stragildo, sacando del
cinturón un puñalito, acababa de darle
una puñalada terrible en el costado; el
mozo se desplomó, se agitó durante un
instante y todo concluyó.
—¡Así aprenderéis a obedecer mis ór-
denes, que son las de la reina! —murmu-
ró Stragildo—. ¡Que se lleven el cadáver
de ese imbécil! Y ahora, ¿por dónde se
han ido los fngitivos?
Uno de los ayudantes indicó la direc-
ción del mercado.
Stragildo se precipitó en aquella direc-
ción, en tanto que los leoneros recogían
el cadáver de su compañero.