MICHEL
-— Riquet, en cuanto oyó el nombre de
- Capeluche, se puso a mover las piernas
«con afectación, y Borrasca se arrolló un
paño al cuello, como para protegérselo.
- tres cuerdas completamente nuevas, y mi
tesorero tres bolsas con treinta escudos
de plata cada una. ¡Ve, Trencavel!
El capitán de guardias se marchó, y el
Trey, después de cerrar la puerta, se vol-
vió hacia los tres hombres.
—¡Los tres estáis condenados po ha-
beros atrevido a atentar a la vida de mi
querido tío y leal consejero el conde de
Valois! Os doy e entre las tres
cuerdas del verdugo y las tres bolsas del
Tesorer o. Tratad de mentir, y lascuerdas
- serán para vosotros. Decid hi verdad, y
serán vuestras las bolsas. ¿Qué elegís?
—¡Las bolsas. señor! ¡Las bolsas! —ex-
-clamó Bigorne. :
-—¡Entonces, bablad! Y empezad por
decirme lo que le habéis hecho al conde.
¡No le hemos hecho ningún daño, se:
for! ¡Ninguno! Lo único que hemos hecho
ha sido invitar al poderoso señor de Va-
lois a comer un jamón y beber una jarra
de eeryeza, a lo que accedió con mucha
- cortesía, a fuer de verdadero hidalgo.
., Pero ha sucedido lo siguiente: el noble
conde ha encontrado el jamón tan sucu-
- lento y la cerveza tan fresca y de_un
aroma tan penetrante, que no ha querido
abandonar ei delicioso lugar a que le
hemos llevado, jurando por todos los san-
tos que deseaba pasar allí ocho días, y
«¿amenazándonos con la horca si le dejá-
bamos carecer de jamón y de cerveza.
—¡Por Nuestra Señora! —rugió el rey
-<— ¡te atreves a burlarte de mí, tunante!
¿En dónde está el conde? ¡Dilo inmedia-
- tamente o te hago prender y quemar vivo
> antes de que salga el sol!
— ¡Señor! —dijo Bigorne—, estoy dis-
puesto a llevaros adonde está el conde de
Valois, si vos queréis seguirme. Juro por
ZÉVACO
-—Capeluche — añadió el. rey — traerá
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mi salvación y por mi alma de cristiano
que veréis al conde, al que no le ha su-
cedido nada. Pero? juro también que si *
el rey no va a poner por sí mismo en li-
bertad a su querido tío antes de que sea
de día, el conde morirá. En cuanto a ser
quemado vivo, señor, lo mismo me da
morir así que de otra manera. Hasta se
dice que el señor Jacques de Molay, que
fué quemado por orden de vuestro vene-
rado padre (ante este/recuerdo cruel el |
rey palideció y bajó la cabeza), gritaba JE
desde lo alto de la pira que los haces de
leña no eran una cama tan mala como se
creía, Debéis pensar, señor, que si he-
mos entrado en el Louvre; si hemos bur-
lado la vigilancia de los guardas que
velan por la seguridad de vuestra per-
sona; si nos hemos apoderado del centi-
nela que estaba a la puerta de vuestra
alcoba y le hemos atado y escondido en
el fondo de un arcón; si nos hemos atre-
vido a penetrar en el cuarto del rey, y si
yo me atrevo a hablarle frente a frente,
es porque los tres hemos hecho el sacri-
ficio de nuestra vida. Sin embargo, Os
haré observar, señor, que al hacer lo que
hemos hecho, hemos dado una prueba
evidente de nuestro respeto hacia vues-
tra existencia sagrada, por el hecho de
no haber traído armas y por nuestra ac-
titud de hace un instante, cuando éra-
mos tres contra uno. Por lo tanto, si su-
plico al rey que venga con nosotros, es
porque no sólo no se le hará ningún
daño, sino porque además puede repor-
tarle algún beneficio su visita a monse-
ñor de Valois.
La fisonomía de Lancelot Bigorne se
había transfigurado. Aquel rostro duro
tenía una expresión de noble audacia.
Durante algunos instantes contemplóle el +
rey con asombro, y tal vez con secreta
admiración.
— Hace un instante —dijo-— pronun-
ciaste una palabra.....
yoo