MICHEL
instantes, comenzó a bajar una escalera
y se encontró en un patio, :
Luis andaba con paso rápido, murmu-
-yando palabras que Bigorne no oía. Cru-
zaron varios pasadizos, patios, fosos,
puertas y verjas erizadas de pinchos. En
cada uno de estos pasadizos, en cada uno
de estos fosos, en cada una de estas ver-
= jas, había un centinela, pero el rey, sin
- darse a conocer, pronunciaba el santo y
- seña y seguía andando. Luis llegó por fin
a un huertecillo, en el que entró abriendo
| una puerta, de la cual, sin duda, él sólo
-——< tenía la llave. Este huertecillo confinaba
E con los robustos muros exteriores, en los
cuales había una poterna de hierro, la
«cual abrió también Luis por sí mismo.
Detrás del rey los tres amigos se aven-
-——turaron en silencio por una bóveda su-
mida en las tinieblas, luego cruzaron un
puentecillo y se hallaron al aire libre,
bajo el cielo estrellado. Guillermo respiró
largamente. Riquet hizo un «¡ufl». Bigor-
ne fué el único que no manifestó ninguna
emoción, E ;
—Ahora —dijo el rey —a mí me corres-
ponde seguiros. :
ZÉVACO
Estaban a la orilla del Sena. Bigorne,
sin decir una palabra, bajó hasta el bor
de del agua, se metió en una lancha y
_alargó la mano para que el rey pudiese
apoyarse en ella. Luis, desdeñando esta
ayuda, saltó ligeramente a la lancha y se
sentó a proa, en donde permaneció inmó-
vil, cruzado de brazos, fijos los ojos én el
río, taciturno, meditabundo y pensando:
—¿Quién será esa mujer que me trai-
ciona? ¿Y cómo me traiciona?
Guillermo y Riquetse habían sentado
en el banco del centro. Bigorne se puso a
remar y dió un vigoroso impulso a la en-
barcación, que comenzó a deslizarse por
las desiertas ondas del Sena, semejante a
una de esas aves nocturnas que a veces
rozan en un vuelo misterioso la superficie
de los lagos.
La barca atracó, al fin, en la orilla
opuesta. El rey saltó a la arena y sintió
como si una sombra siniestra gravitase
sobre sus hombros. Levantó la cabeza
para ver qué era lo que proyectaba aque -
lla sombra, y con una especie de estupor,
con secreta ingnietud, murmuró:
-—¡La Torre de Nesle!.....