Full text: Buridán

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BURIDAN 
—;¡Vos sois la sabiduría misma, señor! 
—Me he dejado vencer—continuó el 
rey, con desesperación—, yo, a quien los 
más hábiles maestros de esgrima, como 
Gaucher de Chátillon y Gofredo de Males- 
troit, jamás pudieron vencer. 
—;¡Sois el valor personificado, señor! 
— ¡Derrotado y burlado! Esos dos hom- 
bres pagarán su insolencia. Por Nuestra 
Señora, quiero inventar un suplicio ho- 
rrible para Buridán....., para ese Felipe 
d'Aulnay, sobre todo..... 
—¡Sois la justicia personificada, señor! 
—(Quiero, verás, quiero hacerles deso- 
“Var vivos. 
El rey se echó a reir al pensar que iba 
a desollar vivo a un sér humano, y Bi- 
gorne le imitó, en tanto que por su espal- 
da corría un escalofrío. Pero al mismo 
tiempo que se reía el rey, la sangre se 
agolpó a su rostro, y se dijo para sí. 
—La mujer que me traiciona es aquella 
a quien ama Felipe d'Aulnay..... ¡Oh! 
¡Daría diez años de vida por saber el 
nombre de esa mujer!..... ¡Pero la hechi- 
cera del Temple, la hechicera que deben 
llevar al Louvre, ese hada que ha tenido 
Poder bastante para unir la vida de Bi- 
gorne a la de Buridán, sabe su nombre!... 
¡Yo sabré obligarla a hablar!..... ¡El nom= 
bre, el nombre de la que me traiciona!..... 
Y con un suspiro semejante a un rugi- 
do, repitió: , 
—¡La que me traiciona es la amada de 
Felipe d'Aulnay!..... Vamos—añadió en 
álta voz—. Llévame adonde está el con- 
de. ¡Lancelot Bigorne, si por casualidad 
Sobrevives a tu amo, acuérdate de que te 
gspero en el Louvre! ¡Yo me acordaré de 
que has hecho cuanto estaba en ta mano 
para que yo descubriese la traición! Me 
acordaré de que me has devuelto mi fiel 
consejero..... ¡Escucha, Bigorne, vente 
conmigo! 
—¡Imposfble, señor! ¡El hilo!..... Siento 
que el hilo me estrangula. 
Bigorne tosió, estornudó, jadeó, se puso 
rojo, en fin, dió todas las señales de la 
asfixia progresiva. 
—Señor—dijo entre dos gemidos—, hay 
un medio de salvarme la vida: ¡perdonad 
a mi amo Juan Buridán! 
—¡Jamás! —contestó el rey —. ¡Tanto 
peor para ti, pobre Bigorne! 
Lancelot hizo un gesto de dolorosa re- 
signación y hechó a andar precediendo al 
rey y alumbrándole con la antorcha que 
había servido para quemar los papeles. 
Cuando llegaron al piso bajo, Bigorne 
llevó al rey a la escalera que conducía 'a 
los subterráneos, bajó, descorrió los ee- 
rrojos del calabozo en que había encerra- 
do a Valois, y dijo: > 
—¡Aquí es, señor! 
El rey entró. 
Por un instante tuvo tentaciones Bi- 
gorne de cerrar la puerta; pero se enco- 
gió de hombros, y murmuró: 
—¡Hacer prisionero al rey de Francial 
¡Ah! ¡sería una aventura de la que se ha- 
blaría por los siglos de los siglos! ¡Pero 
con un amo tan extravagante, tan sensi- 
ble y tan generoso como mi amo, sería 
trabajo perdido, como fué trabajo perdido 
el traer aquí al rey! ¡Sin embargo, no 
había mas que dejarle hacer y estábamos 
libres de la infernal Margarita!..... ¡No 
vuelvo a meterme en nadal!..... 
Tras estas palabras, Bigorne volvió a 
subir y salió de la Torre. 
Amanecía. 
A cien pasos de la Torre de Nesle, bajo 
logs copudos sauces, vió un grupo: eran 
sus compañeros, que le esperaban. 
Se reunió a ellos y todos se pusieron en 
camino, en silencio. 
— Seguidme — dijo Bigorne —. Ahora 
que estáis condenados a muerte, no hay 
para nosotros más que un asilo posible y 
  
- voy a lleyaros a él. 
Cada uno de los cinco amigos tenía 
bastante con pensar en su situación. De 
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