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BURIDAA
—A la compañía de arqueros de la
reina, sí, generoso caballero.
—Bien. ¿Veis alguna vez a la reina?
—Varias veces todos los días...
—Bien. Aquí tenéis este paquete. En-
_tregádselo a Margarita y seguramente
seréis regiamente recompensado. Entre-
gádselo sin que nadie 0s vea.....
—¡Eso es fácill —dijo el soldado, muy
“contento—. Pero, ¿y si la reina me pre-
gunta quién le envía este paquete?
—¡Le diréis que se lo envían de la To-
rre de Nesle!...:
—¿Y si me pregunta quién melo ha
entregado?
— ¡Responderéis que Felipe, señor de
- Aulnay, es quien se lo envía!.....
—Hoy mismo lo haré—dijo el soldado,
que después de saludar se alejó satisfe-
chísimo, contando las monedas de oro
que tenía en la mano y haciendo cálcu-
los sobre el número de las que irían a
reunirse con aquéllas.
Felipe volvió a entrar en la Torre y
continuó su tarea.
Llegó un momento en que advirtió que
la obscuridad invadía poco a poco todo
Aquel piso de la Torre.
Miró en torno suyo con asombro.
—¡Está anocheciendo! — murmuró—.
¡Qué día tan horrible acabo de pasar!
¡Pero ya estoy tranquilo! ¡Ya puede venir
el rey, ya puede registrarlo todo! Sus
ojos no podrán ver nada en donde los
míos nada venl!..... ¡Margarita..... te he
salvado por segunda vez! Vamos—aña-
dió, tras unos instantes de sombría medi-
tación—, ahora trataré de encontrar a
Buridán y a mi hermano.
Bajoó.
En el momento en que ponía el pie en
el último escalón, la sala del piso bajo
fué invadida por una compañía de arque-
YO5, y un hombre gritó al verle:
_— ¡Aquí hay uno! ¡Prendedle!..... ¡Los
otros no estarán muy lejos seguramen-
te! ¡Que registren la Torre y me los trai-
gan!....
En él mismo tte: doce arqueros se
arrojaron sbbre Felipe. |
En pocos segundos le ataron, sin que
él opusiese, por lo demás, la menor resis-
tencia, le sacaron afuera y le metieron
en una carreta que esperaba a la puerta
de la Torre.
Como los agentes de la autoridad pro-
cedían en aquella época lo mismo que
ahora, esta rápida prisión se había lleva-
do a cabo con todas las reglas del arte
policíaco, es decir, que en el momento en
que le metieron en la carreta el pobre
muchacho estaba ya medio muerto y te-
nía el rostro lleno de sangre. Felipe, se
desmayó. Pero antes de desmayarso vo
- tiempo de murmurar para sí:
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—¡Oh! ¡Margarita! ¡Estás salvada....., Y
yo soy quien te ha salvado! ¡Te ha sal-
vado aquél a quien nunca amarás y que
te adorará hasta que Anda el último
aliento!
Registraron la Torre de Nesle de arri-
ba abajo.
Pero todo fué inútil. :
No encontraron otros condenados a
quienes prender.
Sin embargo, el jefe de los arqueros
del prebostazgo se restregaba las manos,
satisfechísimo de la importante captura
que acababa de hacer,
— ¡Ya tengo uno en mi poder! — de-
cia—. Por su aspecto y su traje adivino
que es uno de los principales, tal vez el
jefe.
Confío en que la reina quedará conten -
ta de mi modo de cumplir la misión que
me ha confiado.
PA A o A O A a e .*. re... .. . 0.6000
Cuando Felipe des el conocimien-
to, advirtió que estaba rodeado de densas
tinieblas, en las que no se vislumbraba
ni uno de esos vagos resplandores que
son como átomos de luz en la obscuridad.
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