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BURIDAN
maldad del otro. Era otra Mabel, pero
con la juventud de que ésta carecía. Des-
empeñaba cerca de la reina unas funcio-
nes especiales, y vamos a verla en el des-
empeño de estas funciones.
—¡Juana!—dijo la reina—. ¿No ama-
nece? ¿No acaba esta nocha interminable?
Levanta esas cortinas y dime si sorpren-
des al fin alguna sonrisa en el cielo!.....
—¡Ay, señora—dijo la joven, movien-
do la cabeza—, el cielo aún permanece
ceñudo! Las noches parecen largas al que
sueña despierto. Falta todavía mucho
tiempo para quela aurora ilumine los
obseuros horizontes.
La reina lanzó un suspiro.
—¿Por qué nollamáis al sueño en vues-
tra ayuda, señora?--añadió Juana.
——Me fastidias — contestó la reina—,
vete.
La doncella, rápida y ligera, hizo una
reverencia y se dirigió hacia la puerta.
—¡Quédate! —gritó Margarita.
La doncelía hizo otra reverencia y re-
trocedió.
—Y ¿no se sabe nada de Mabel?—inte-
rrogó la reina.
—¡Nada, señora! Pero, ¿por qué pre-
ocuparos? Ya volverá, tened la seguri-
—Pero, entonces, ¿para qué sirves?—
murmuró Margarita.
—¡Oh, señora, tratad vos de encontrar
a alguien que tenga empeño en ocultarse
en este inmenso París, que, según. dicen,
es la ciudad más grande del mundo, y
que seguramente es diez veces mayor que
Florencia! La he buscado, pero en vano;
—Stragildo también la ha'buscado, y ya
sabéis, gue es un buen sabueso.
-—¡No sé nada de Mabel! —murmuró la
reina—. ¡Por lo tanto, no puedo saber
nada de Mirtila!..... ¡Oh, que vengal—
añadió -—.¡Que venga, y verá lo que soy
capaz de hacer para vengarme! ¡La mi-
serable se ha vengado de mí! Su filtro era
un filtro engañoso. ¡No le infundió a Bu-
ridán el amor..... ni le produjo la muer-
te!..... ¡Oh, esos hombres se han burlado
de mí, me han insultado, me han despre-
ciado!..... ¡Si hubieses visto lo que pasó
en el patio de los leones, Juana! ¡Si hu-
bieses visto lo que pasó en los subterrás
neos de la Torre de Nesle!
-—¡Han puesto a precio sus cabezas, Se-
ñora! ¡Pobres jóvenes! Hay uno, sobre
todo, del cual deberíais tener compasión,
puesto que á no ser por él hubierais
muerto. ¡Y de qué manera! ¡Triturada,
despedazada, devorada por ese león
monstruoso!.....
— ¡Felipe d'Aulnay!..... A ese le odio
más que atodos los demás juntos. ¡Prefie-
ro el odio de Buridán al amor de Feli>
pe!..... ¡Oh! ¡Esos hombres!..... Serán causa
de mi perdición. ¿Y sabes lo que ereo?
¿Sabes cuál es la idea que me atormenta
y enloquece? Que el amor de Felipe me
perderá más seguramente aún que el odio
de su hermano Gualter..... ¡Ese Felipe
d'Aulnay es la causa de mi desgracia!
—¡Pobre muchacho! —murmuró Juana,
cuyos ojos se arrasaron en lágrimas-=.
¡Tan bueno, tan amable, tan hermoso!.....
¡Y tan enamorado! 3
—¡Y Valois! —continuó Margarita, Sus-
piraudo—. ¡Quién sabe lo que habrá sido
de él! ¡Quién sabe lo que habrán hechodel
conde después de raptarle de su palacio!
—¿Os interesáis mucho por el tío del
rey, señora? -
—¡Le odio, le desprecio, Juana! Pero
sabe cosas terribles. Le odio todavía más
que a Marigny. ¡Ah! He sido demasiado
débil..... Esos hombres debían de haber
desaparecido ya. AN
Se pasó por su frente, blanca como el
mármol, una mano trémula y febril.
—¿Qué hace el rey?—preguntó de re-
pente.
—¿Elrey? ¡Estará durmiendo, sin duda,
señora!
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