suspirando.
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seguidoregularizar stis oscilaciones. ¿Nofue sublime
idea la que concebí de hacerle recobrar su fuerza
por la marcha misma del reloj, cuyos movimientos
estaba encargado de reglamentar?
Auberto hizo una señal de asentimiento.
—Ahora, Auberto—prosiguió el viejo relojero ani- |
mándose—pasa una mirada por tí mismo; ¿no com-
prendes que hay dos fuerzas distintas en nosotros
mismos: la del alma y la del cuerpo, es decir, un mo-
vimiento y un regulador? El alma es el principio de
la vida, luego es el movimiento. Que éste se pro-
duzca por un, pesa, por un muelleó es una influen-
cia inmaterial, no deja de estar en el corazon. Pero
sin el cuerpo, el movimiento seria desigual, irregu-
lar, imposible. Por eso el cuerpo regulariza al alma,
y Como el péndulo, está sujeto á oscilaciones orde=
nadas. Y esto estan cierto, que no está uno bueno
cuando el comer, el beber y el dormir, en una pala-
bra, las funciones del cuerpo no andan bien arregla-
das. Asi como en mis relojes, el alma devuelve al
cuerpo la fuerza perdida por las oscilaciones. Pues
bien: ¿quién produce esa union íntima del cuerpo
con el alma, sino un escape maravilloso por medio
del cual las ruedas del uno engranan con las de la
otra? Y eso es lo que he adivinado y aplicado, no ha-
biendo secretos ya para mí acerca de esta vida, que
en suma no es mas que una ingeniosa máquina.
Sublime era contemplar á maese Zacarías sumido
en esa alucinación que lo arrobaba hasta los últimos
misterios del infinito. Pero su hija Geranda, detenida
en el umbral de la puerta, lo habia oido todo. Se ar-
rojó en los brazos de su padre que la estrechó con
vulsivamente sobre su pecho.
—¿Qué tienes hija ma?—le preguntó maese Za-
carías. a
_. —Si yo no tuviera mas que un muelle aqúí—dijo
la jóven poniendo la mano sobre el corazon—no 0s
amaria tanto, padre mio, >
mae Zacarías miró con fijeza á su hija y no res-
ONdIÓ,
E De prontro dió un grito, se llevó apresuradamente
la mano al corazon, y cayó desfallecido en su silla de
Cuero... :
_—¡Padre mio, qué teneis? :
_—¡Socorro!-—gritó Auberto—jEscolástica!
Pero Escolástica tardó en venir. Habian dado un
aldabonazo á la puerta de entrada. Fué á ver quién |
era, y cuando volvió al taller, antes de abrir la boca,
el viejo relojero, recobrando sus sentidos, le dijo:
-. —Apuesto, mi buena Escolástica, á que me traes
todavía uno de esos malditos relojes que se paran.
- —¡Jesús! ¡Y es verdad!—respondió Escolástica
entregando un reloj á Auberto. :
—Mi corazon no puede engañarse—dijo el viejo
-— Entre tanto Auberto había dado cuerda alreloj con
sumo cuidado pero no andaba.
IL
UNA VISITA ESTRAÑA,
- La pobre Geranda hubiera visto estinguirse su vida
al mismo tiempo que la de su padre sin el cariño de
Auberto que la mantenia adherida al mundo.
El viejo relojero se iba poco á poco acabando. Sus
facultades tendian con toda evidencia á menoscabar-
se, concentrándose en un pensamiento único. Por
una asociacion de ideas, todo lo relacionaba con su
- monomanía, y la vida terrestre parecia retirarse en
él para dar lugar á esa existencia extranatural de las
potencias intermedias. Por eso algunos competidores
OBRAS DE JULIO VERNM
' suyos, mal intencionados, hieteron revivir los rumo-
res diabólicos esparcidos sobre los trabajos de maese
Zacarías,
¡ La confirmacion de los inesplicables desarreglos
' Que ocurrian en sus relojes, hizo un efecto prodigioso
entre los maestros relojeros de Ginebra. ¿Qué signi-
' ficaba aquella repentina inercia de las ruedas, y por
qué aquellas singulares relaciones que parecian te=
| ner con la vida de Zacarías? Eran misterios de esos
que nunca se consideran sino con secreto terror. En
las diversas clases de la sociedad, desde el aprendiz
basta el señor, que usaban los relojes del viejo Zaca-
rías, nadie hubo que no pudiera juzgar por sí mismo
de la estrañeza del hecho, En vano quisieron pene-
trar hasta maese Zacarías. Este cayó enfermo, lo cual
permitió á su hija sustraerle á aquellas incesantes vi-
sitas que degeneraban en quejas y recriminaciones.
Las medicinas y los médicos fueron impotentes
para evitar aquel decaimiento orgánico, cuya causa
no se descubria. Algunas veces parecia que el cora=
zon del anciano dejaba de latir, recobrando luego
sus palpitaciones una inquietante regularidad.
Existia desde entonces la costumbre de someter
las obras de los maestrosá la apreciacion del pueblo.
Los jefes de los diferentes gremios procuraban dis-
tinguirse por la novedad ó perfeccion desus obras, y
entre ellos fue donde encontró la situacion de maese
Zacarías la mas ruidosa lástima, pero lástima intere-
sada. Sus rivales lo compadecian con tanto masahin-
co cuanto menos lo temian. Se acordaban siempre
de los triunfos del viejo relojero cuando esponia sus
magníficos relojes de pared de personajes movibles,
y los de bolsillo con de or que causaban el asom-
bro general y alcanzaban altísimos precios an las
ciudades de Francia, Suiza y Alemania.
Sin embargo, gracias á los constantes cuidados
pareció asegurarse algo, y en medio de aquella quie-
tud que le dejó su convalecencia, consiguió desechar
las ideas que le absorbian. Tan luego como pudoan-
dar, su hija lo sacó de casa donde los parroquianos
descontentos afluian sim cesar, Auberto se quedaba -
en el obrador armando y desarmando los rebeldes
relojes, y el pobre mozo, no pudiendo comprender
la razon de esto, se agarraba la cabeza con las manos
temeroso de volverse loco como su amo.
Geranda dirig/a los pasos de su padre por los mas
risueños paseos de la ciudad. Unas veces sosteniendo
el brazo de maese Zacarías, tomaba por San Antonio
desde donde la vista se estendia sobre el collado de
Co'ogny y sobre el lago. Otras veces, cuando las ma-
hanas eran serenas, podian verse los picos gigantes--
cos del monte Buet que se alzaban en el horizonte,
Geranda llamaba por su nombre todos aquellos sitios
casi olvidados de su padre, cuya memoria parecia.
estraviada, y éste esperimentaba un placer de niño”
al aprender Cosas cuyo recuerdo habia desaparecido
de su mente. Maese Zacarias se apoyaba en su hija.
y las dos cabelleras, blanca y rubia, se confundian
en el mismo rayo de sol, es e
_Aconteció tambien que el anciano relojero se aper-
cibió de que no estaba solo en el mundo. Al verá su
hija jóven bella, estando envejecido y quebrantado,
- | se acordó de que despues de su muerte se quedaria.
¡ella sola y sin apoyo, y observó cuanto le rodeabr..
Muchos jóvenes obreros de Ginebra habian aspirado
ya al amor de Geranda; pero ninguno tuvo acceso en.
el retiro impenetrable donde vivia la familia del re-
Jlojero. Fue por consiguiente muy natural que en
aquel momento de lucidez, la eleccion del ancian
| Tecayese en Auberto Thun. Una vez acogido este.
| pensamiento, observó que ambos jóvenes se habian
| criado con idénticas ideas y creencias, y las oscila-
ciones de sus corizones le parecian inmsócronas,
como se lo dijo un día á Escolástica,
de Geranda y Auberto, la salud de Maese Zacarías