MAESE ZACARÍAS
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LOs parroguianos descontentos añluian en creciente tropel.
este servidor vuestro quiere daros el medio de do-
minar esos coo rebeldes.
—Y cuál es? ¿Cuál es?—esclamó maese Zacarías.
—Lo sabreis al dia siguiente de aquel en que me
eoncedais la mano de vuestra hija.
—(De Geranda?
—De la misma.
—El corazon de mi hija no está libre—respondió
maese Zacarías á esa pregunta que no pareció cho-
carle ni asombrarle.
—Bah... No esla menos hermosa de vuestras pón-
dolas, pero tambien acabará por pararse.
—¡Mi hija, mi Geranda!... ¡No
/ —Pues bien, volved á vuestros relojes, maese Za-
carías. Armadlos y desarmadlos. Preparad el matri-
monio de vuestra hija y de vuestro Obrero. Templad
los muelles fabricados con el mejor acero. Bendecid
á Auberto y á la hermosa Geranda; pero tened pre-
sente que vuestros relojes no andarán nunca, y que
Geranda no se casará con Auberto. *
»
Y dicho esto el vejete salió, no tan aprisa
maese Zacarías no pudiera oir pa las seis en el pos
cho de tan lúgubre personaje.
Iv.
LA IGLESIA DE SAN PEDRO.
Entre tanto el cuerpo y el espíritu de maese Zaca-
rías se iban debilitando, por mas que una sobreesci-
tacion estraordinaria le impuso con mas violencia
que nunca hácia sus trabajos de relojería, de loscua-
les ya no cousiguió su hija distraerle.
Su orgullo habia crecido desde aquella crisis á que
traidoramente le entregó el estraño visitante, y Fe-
solvió dominar á fuerza de génio la influencia mal-
dita que pesaba sobre su obra y sobre él, Visitó pri-
mero los diferentes relojes de la ciudad confiados í
su cuidado, Se aseguró con escrupulosa atencion de