A
A
funcion, les
- ejecutar fielmente su compromiso, y se habian esca-
> Es
dijo con tono flemático.
-—Amposibil
OBRAS DB
abrumaba caia del cielo.sin nubes, Ni un solo soplo
agitaba la atmós/cra.: Con=semejante-ti e:
bajarse al sitio mismo de donde se su
Me llevaba trescientas libras de
cuatro pies de.diámetro por tres de profundida es
taba cómodamente instalada, La réd de cáñamo que
la sostenia se estendia simétricamenie sobre el he-
misferio superior del globo; la brújula estaba en su
sitio; el barómetro se hallaba suspendido en el aro
que reunia las cuerdas de sostenimiento, y el ancla
se habia preparado cuidadosamente. Podíamos mar-
char sin recelo,
Entre las personas que se apiñaban alrededor del
- recinto observé á un jóven pálido, de facciones alte-
radas. Su vista me impresionó. Era un espectador |
asiduo de mis ascensiones, á quien habia encontrado |
ya en varias ciudades de Alemania. Con aire inquie- |
to contemplaba ávidamente la curiosa máquina que
permanecia inmóvil á algunos pies del suelo, y es-
aba silencioso entre todos sus vecinos.
Dieron las doce. Era el. momento. Mis compañe-
ros de viaje no aparecian. :
Envié al domicilio de cada uno de ellos y supe que
el uno se habia marchado á Hamburgo, el otro á
Viena y el terceró á Lóndres. Les habia flaqueado el
corazon en el momento de emprender una de esas
escursiones que, gracias á la habilidad de los aero-
nautas actuales, carecen de todo peligro. Como has-
ta cierto qna formaban parte del programa de la
es entró el recelo de que les obligasen -4
pado lejos de la escena en el instante en que el telon'
debia levantarse. Su valor estaba evidentemente en
razon inversa del cuadrado de su velocidad... en
tomar las de Villadiego. :
“La multitud, medio burlada, demostró su mal hu-
mor. No vacilé en partir solo. A fin de restablecer el
equilibrio entre el peso específico del globo y el que
debia llevar, reemplacé á mis compañeros con sacos
de lastre y entré en la barquilla. Los doce hombres
+ que retenian el aparato Po doce cuerdas fijadas al
Círculo ecuatorial, las dejaron correr un poco y el
- globo se separó algunos pies del suelo. No habia el
- menor soplo de aire, y la atmósfera parecia infran-=
Aa queable por su pesadez de plomo.
¡ —¿Está re oe no ñ ES
Los hombres se dispusieron.-La última inspeccion
me demostró que Sodi arrancar. AA
-¡Atencion! Ro EN de p
Hubo entre la multitud cierta agitacion, y me pa-
reció que invadian el recinto. E Eo
—¡Soltadlo todo! A
' El globo se elevó lentamente, pero esperimenté
una conmoción que me tiró al londo de la bar-
quilla. E E 2
Cuando me leyantó me encontré en frente de un |
viajero imprevisto, el ¿e pálido.
_ —Tengo el gusto de saludaros, caballero ,-—me
- —¿Con qué derecho?...
o adn. Con el derecho que me da la
idad de que me despidais,
/o estaba anonadado. Aquel aplomo me descon-
-—certaba y nada tenia que responcer.
_Miré al intruso, pero ningun cuidado le daba de
mi usombro. >, e zz
Y sin esperar mi asentimiento, aligeró- el globo
tirando dos sacos de lastre en el espacio, .
- '—¡Caballero,—le dije entonces, adoptando el úni-
- «0 partido posible, —habeis venido... bien! e que-
- —dareis... bien!... pero la direccion del globo me
- * eorresponde á mí solo. — 7
-—Caballero-—respondió, —vuestra urbanidad es
_ eeipletamonle lrancesa. Es del mismo país que yO,
Y
A pó-poaa-
ES
JULIO VERNS
Os estrecho moralmente la mano que me retirais.
Tomad vuestras medidas y obrad-del modo que me
mejor os parezca. Aguardaré á que concluyais...
—¿Paral...
—Para hablar con vos,
El barómetro habia descendido á veintiseis pul-
gadas.
Estamos próximamente á seiscientos metros de
altura sobre la ciudad, mas nada revelaba el mo-
vimiento horizontal del globo, porque es la masa de
aire en que se encuentra la que anda con él. Una
especie de calor mebuloso bañaba los objetos que es-
taban debajo de nosotros y daba á sus contornos una
indecision que era de sentir.
Examiné de nuevo á mi compañero.
Era hombre de unos treinta años, modestamente
vestido, El rudo perfil anguloso de sus facciones de-
notaba una energía indomable y parecia sumamente
muscoloso. Entregado por entero á la admiracion
que le causaba esta ascension silenciosa, permánecia
quieto tratando de distinguir los objetos que se con-
fundian en un vago conjuuto, 3
—¡ Qué bruma tan incómoda! —dijo despues de
algunos instantes.
No respondí. a
—¡Me teneis rencor! —repuso.— ¡Bal! Yo no po-
día pagar el viaje, y por consiguiente no habia otro -
medio que entrar por sorpresa. :
—Nadie os ruega que bajeis, caballero.
—¡Eh! ¿No sabeis que lo mismo les sucedió á los
condes de Laurencin y de Dampierre cuando se ele-.
varón en Lyon el 15 de enero de 1784? Un jóven
hegocianté, Mendo Fon'aine, escaló la barquilla con
riesgo de hucerla zozobrar... hizo el viaje, y nadie
murió de aquello. EY,
—Una vez en tierrd, nos esplicaremos, —le res-
Po por el tonillo burlon con que me ha-
aba. E
-—¡Bah! ¡No pensemos en el regreso! A
—Entonces, ¡creeis que tardaré mucho en bajar?
—¿Bajar?—dijo sorprendido, —¿Bajar? Comence=
mos primero por subir. RO A :
Y antes de poderlo y impedir, tiró dos sacos de
arena por encima de la barquilla, sin haberlos si=
quiera desocupado. ds E
— ¡Caballero! —esclamé encolerizado, —
—Convzco vuestra habilidad, —respondio descara
damente el desconocido ,—y vuestras brillantes as-
censiones han metido mucho ruido; pero si la espe=
¡riencia es hermana de la práctica, tambien es algo
prima de la teoría, y yo he hecho profundos estudios
sobre el arte aerostático. Eso me ha trastornado la
cabeza ;—añadió tristemente y cayendo en una taci-
turna contemplación. A o
El globo, despues de haberse elevado nuevamente,
se Ea estacionario. a
El desconocido consultó el barómetro, y dijo;
—Ya estamos á ochocientos metros. Los hombres —
parecen insectos. Mirad. Creo que deben siempre
mirarse desde esta altura para juzgar sanumente sus
e jes La plaza de la Comedia se halla trans-
(
formada en un inmenso hormiguero: Contemplad -
cómo la muchedumbre se apiña en los pretiles y.
cómo se va volviendo pequeño el Zeil. Estamos sobre -
la iglesia del Dom. El Mein ya no es mas que una
línea blanquecina que corta la ciudad y el puente de
Mein-Brucke, se parece á un hilo cruzado sobre las
dos orillas del rio. A PEN
La atmósfera se habia enfriado un poco. ES
—¡Nada hay que yo no hiciera por vos, huésped
mio! —esclamó mi compañero. —Si teneis frio me
quitaré la ropa y os la prestaré. .-
- —¡Gracias! —respondí con sequedad. -
- —¡Bah! La necesidad es ley. Dadme la mano. Soy.
compatriota vuestro, os instruireis en mi compañía.