Full text: Las Indias negras (3,8)

  
  
  
LAS INDIAS NEGRAS. 
mos, pues, Elena. El sol no ha de tardar en salir, y 
podrás contemplarle en todo su esplendor. 
La jóven estaba mirando entonces al Oriente, 
Harry á su lado lo ok+ervaha con ansiosa. atencion. 
No iba á ser profundamente impresionada por los 
rimeros rayos del astro del dia? Todos callaban; 
hata el mismo Jack Ryan. 
Ya empezaba á dibujarse en el horizonte una línea 
«blanca, con matices rosados, sobre un fondo de lige- 
ras bramas. Algunas nubecillas perdidas:en el zenit, 
fueron heridas por el primer rayo de luz. Edimbur- 
go se distinguia confisamente al pre del pico Artu- 
fo, en la calma abso'uta de la noche. Algunos puntos 
luminosos rompian aquí y allá la oscuridad. Eran las 
luces que iban encendiendo los vecinos de la antigua 
capital. Por detrás, hácia el Poniente, el horizonte 
cortado por siluetas caprichosas, presentaba una 
serie de picos en cada uno de los cuales ¡ba á encen- 
der un punto de fuego el primer rayo del sol. 
El perímetro del mar se dibujaba mus claramente 
al Este. La escala de los calores se disponia poco á 
poco en el mismo órden que tienen en el espectro : 
solar. El rojo de las primeras brumas iba por gra- 
duacion hasta el violado del zenit. De segundo en 
segundo, aquella paleta inmensa se hacia mas viva; 
el color rosa se convertia en rojo, y el rojo en fuego. 
El dia empezaba en el punto de contacto del círculo 
de iluminacion con-la circunferencia del mar. 
En aquel momento las miradas de Elena recor= 
rian del. espacio desde el pie de la colina hasta 
Edimburgo, cuyos cuarteles empezaban Á separarse 
por grupos: elevados monumentos ó algunos campa- 
narios atravesaban el espasio, y se iban perfilando 
poco á poco, Se esparcia por el ambiente una espe- 
cie de luz cenicienta: Por fin llegó á los ojos de la 
jóven el primer rayo. Era ese rayo verle, que en la 
salida y postura del sol, brota del mar cuando el ho- 
rizonte está puro. 
Medio minuto despues, Elena se levantó y seña- 
lando un punto que parecia dominar las alturas de la 
poblacion exclanuó: | 
— ¡Un fuego! : 
—No, Elena, respondió Harry, no es un fuego, Es 
un reflejo de oro que pone el sol en el monumento de 
Walter Scott. 
Y en efecto al estremo del monumento á la altura 
de doscientos piés, brillaba como un faro de primer 
órden. . 
Era ya de dia. El sol apareció, Su disco parecia 
húmedo como si realmente hubiese sa'ido del mar. 
Ensanchado al. principio por la refraccion, fué dis- 
minuyendo hasta tomar la forma circular. Su resplan- 
dor, que se hizo insostenible en seguida, era como 
el de la boca de un' horno encendido que hubiese 
agujereado el cielo, 
Elena tuvo que cerrar los ojos; y tuvo tambien 
qué poner la: mano sobre sus delgados párpados. 
Harry quiso que se volviese de espaldas. 
- No, Harry, le contestó, es preciso que mis ojos 
se acostumbren á ver lo que ven los tuyos. 
“Al traves de la mano, Elena percibia aun una luz 
rojiza que iba blanqueándose á medida que el sol se 
elevaba sobre el horizonte. Sus ojos se iban acos!um- 
Brando gradualmente. Por último los abrió y se im- 
pregnaron de la luz del dia. 
- La piadosa jóven cayó de rodillas exclamando: 
«Dios mio e hermoso es vuestro mundo! 
En seguida bajó los ojos y miró, á sus pies se de- 
sarrollaba el panorama de Edimburgo; los barrios 
iuevos y alíneados, el monton confuso de las casas, 
A caprichoso laberinto de las calles de Aull- 
ecky. “Dus alturas dominaban éste conjunto; el 
castillo sobre $u: roca de besalto, y Calton-Mill, 
sosteniendo en su cima redonda las ruinas modernas 
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radiaban magníficos caminos con árboles. Al Norte 
un brazo de mar, el golfo de Forth, cortaba profun- 
damente la costa en la cual se abria el puerto de 
Leith.-Por. cima, en tercer término, se desarrollaba 
el pintoresco litoral del condado de Fife > “¿na vía 
recta como la del Pireo, vnia el mar á esta Atenas 
del Norte. Al Oeste se estendian las bellas playas de 
Newhauen y de Porto-bello, cuya arena tenia de 
amari;lo las primeras olas e la resaca. Algunas cha- 
lapas animaban las aguas del golfo, y dos ó tres bu- 
ques de vapor arrojaban al cielo un cono de humo 
negro. Mas allá denkéabi la inmensa campiña, y pe- 
queñas colinas rompian la línea de la llanura. Al 
Norte los montes Lomond, y al Oeste el Ben-Lomonil 
y Ben-Ledi reflejaban los rayos solares, como si sus 
cimas estuviesen cubiertas de eterno hielo, 
Elena no podia hablar. Sus labios no murmuraban 
mas que palabras vagas. Sus manos temblaban: sen- 
tia vértigos; y por un momento le abandonaron sus 
fuerzas. En aquella atmósfera tan pura, ante aquel 
especiáculo sublime, se sentia «lesfallecer, y cayó en 
los brazos de Harry, dispuestos para recibirla. 
Aquella jóven, cuya vida habia pasado hasta en- 
tonces en las entrañas de la trerra, contemplaba en 
fin lo. que constituye casi todo el universo, como le 
ha hecho el Creador del mundo. Sus miradas, des- 
ves de haber recorrido la ciudad y el campo, se 
dirigieron por primera vez sobre la inmensidad del 
mar y el infinito del cielo, 
CAPITULO XVIII 
DEL LAGO LOMOND AL LAGO KATRIME, 
Harry llevanlo 4 Elena en sus brazos, y seguido 
de Jacobo Starr y de Jack Ryan bajó la falda del pico 
Arturo. Despues de algunas horas de «descanso, y de 
un desayuno reparador en Lambert's- Hotel, pensa- 
ron en completar la excursion con un paseo por el . 
pais de los lagos. 
Elena habia recobrado sus fuerzas. Sus ojos podián 
ya abrirse enteramente á la luz, y sus pulmones as= 
irar aquel aire vivificante y saludable. El verde de 
ls árboles, los colores de las plantas, el azul del 
cielo habian desplegado ya todos sus matices ante sv 
vista, 
Tomaron el tren en la estacion del ferro-carril 
general y llegaron á Glasgow. Allí desde el último . 
puente sobre el Clyde, pudieron admirar el curioso 
movimiento marítimo del rio. Despues pasaron la 
noche en el Hotel Real de Comrie. 
Al dia siguiente el tren les condujo rápidamente 
desde la estacion del ferro-carril de Elimburgo y 
Glasgow, pasando por Dumbarton y Balloch, al ex- 
tremo meridional del lago Lomond. 
—Este es el pais de Rob Roy y de Fergus Mac. 
Gregor, dijo Jacobo Starr; el territorio tan poética- 
mente celebrado por Walter Scott. ¿No conuces este 
pais, Jack? 
—Le conozco por sus canciones, señor Starr, res- 
pondió Jack Ryan; y cuando un pais ha sido bien 
cantado debe ser bueno. : 
—Y lo es, en efecto, dijo el ingeniero. Elena con-: 
servará «Je él un grato recuerdo, : 
—Con un guia como vos, señor Starr dijo Harry, 
será mas agradable; porque contareis su historia 
mientras nosotros le miramos. pea 
—S, pare , respondió el ingeniero, mientras mi 
memoria me lo permita; pero lo haré con una con- 
dicion: que el alegre Jack me ayude. Cuando yo me 
canse de hablar, él cantará. a 
—No tendreis que levírmelo dos veces, dijo Ryan, 
lanzando una nota vibrante, como si hubiese queria. 
  
de un monumento griego. Desde la ciudad al campo 
    
do poner su gargazta al la del diapasun. 
   
  
 
	        
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