LAS INDIAS NEGRAS.
mos, pues, Elena. El sol no ha de tardar en salir, y
podrás contemplarle en todo su esplendor.
La jóven estaba mirando entonces al Oriente,
Harry á su lado lo ok+ervaha con ansiosa. atencion.
No iba á ser profundamente impresionada por los
rimeros rayos del astro del dia? Todos callaban;
hata el mismo Jack Ryan.
Ya empezaba á dibujarse en el horizonte una línea
«blanca, con matices rosados, sobre un fondo de lige-
ras bramas. Algunas nubecillas perdidas:en el zenit,
fueron heridas por el primer rayo de luz. Edimbur-
go se distinguia confisamente al pre del pico Artu-
fo, en la calma abso'uta de la noche. Algunos puntos
luminosos rompian aquí y allá la oscuridad. Eran las
luces que iban encendiendo los vecinos de la antigua
capital. Por detrás, hácia el Poniente, el horizonte
cortado por siluetas caprichosas, presentaba una
serie de picos en cada uno de los cuales ¡ba á encen-
der un punto de fuego el primer rayo del sol.
El perímetro del mar se dibujaba mus claramente
al Este. La escala de los calores se disponia poco á
poco en el mismo órden que tienen en el espectro :
solar. El rojo de las primeras brumas iba por gra-
duacion hasta el violado del zenit. De segundo en
segundo, aquella paleta inmensa se hacia mas viva;
el color rosa se convertia en rojo, y el rojo en fuego.
El dia empezaba en el punto de contacto del círculo
de iluminacion con-la circunferencia del mar.
En aquel momento las miradas de Elena recor=
rian del. espacio desde el pie de la colina hasta
Edimburgo, cuyos cuarteles empezaban Á separarse
por grupos: elevados monumentos ó algunos campa-
narios atravesaban el espasio, y se iban perfilando
poco á poco, Se esparcia por el ambiente una espe-
cie de luz cenicienta: Por fin llegó á los ojos de la
jóven el primer rayo. Era ese rayo verle, que en la
salida y postura del sol, brota del mar cuando el ho-
rizonte está puro.
Medio minuto despues, Elena se levantó y seña-
lando un punto que parecia dominar las alturas de la
poblacion exclanuó: |
— ¡Un fuego! :
—No, Elena, respondió Harry, no es un fuego, Es
un reflejo de oro que pone el sol en el monumento de
Walter Scott.
Y en efecto al estremo del monumento á la altura
de doscientos piés, brillaba como un faro de primer
órden. .
Era ya de dia. El sol apareció, Su disco parecia
húmedo como si realmente hubiese sa'ido del mar.
Ensanchado al. principio por la refraccion, fué dis-
minuyendo hasta tomar la forma circular. Su resplan-
dor, que se hizo insostenible en seguida, era como
el de la boca de un' horno encendido que hubiese
agujereado el cielo,
Elena tuvo que cerrar los ojos; y tuvo tambien
qué poner la: mano sobre sus delgados párpados.
Harry quiso que se volviese de espaldas.
- No, Harry, le contestó, es preciso que mis ojos
se acostumbren á ver lo que ven los tuyos.
“Al traves de la mano, Elena percibia aun una luz
rojiza que iba blanqueándose á medida que el sol se
elevaba sobre el horizonte. Sus ojos se iban acos!um-
Brando gradualmente. Por último los abrió y se im-
pregnaron de la luz del dia.
- La piadosa jóven cayó de rodillas exclamando:
«Dios mio e hermoso es vuestro mundo!
En seguida bajó los ojos y miró, á sus pies se de-
sarrollaba el panorama de Edimburgo; los barrios
iuevos y alíneados, el monton confuso de las casas,
A caprichoso laberinto de las calles de Aull-
ecky. “Dus alturas dominaban éste conjunto; el
castillo sobre $u: roca de besalto, y Calton-Mill,
sosteniendo en su cima redonda las ruinas modernas
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radiaban magníficos caminos con árboles. Al Norte
un brazo de mar, el golfo de Forth, cortaba profun-
damente la costa en la cual se abria el puerto de
Leith.-Por. cima, en tercer término, se desarrollaba
el pintoresco litoral del condado de Fife > “¿na vía
recta como la del Pireo, vnia el mar á esta Atenas
del Norte. Al Oeste se estendian las bellas playas de
Newhauen y de Porto-bello, cuya arena tenia de
amari;lo las primeras olas e la resaca. Algunas cha-
lapas animaban las aguas del golfo, y dos ó tres bu-
ques de vapor arrojaban al cielo un cono de humo
negro. Mas allá denkéabi la inmensa campiña, y pe-
queñas colinas rompian la línea de la llanura. Al
Norte los montes Lomond, y al Oeste el Ben-Lomonil
y Ben-Ledi reflejaban los rayos solares, como si sus
cimas estuviesen cubiertas de eterno hielo,
Elena no podia hablar. Sus labios no murmuraban
mas que palabras vagas. Sus manos temblaban: sen-
tia vértigos; y por un momento le abandonaron sus
fuerzas. En aquella atmósfera tan pura, ante aquel
especiáculo sublime, se sentia «lesfallecer, y cayó en
los brazos de Harry, dispuestos para recibirla.
Aquella jóven, cuya vida habia pasado hasta en-
tonces en las entrañas de la trerra, contemplaba en
fin lo. que constituye casi todo el universo, como le
ha hecho el Creador del mundo. Sus miradas, des-
ves de haber recorrido la ciudad y el campo, se
dirigieron por primera vez sobre la inmensidad del
mar y el infinito del cielo,
CAPITULO XVIII
DEL LAGO LOMOND AL LAGO KATRIME,
Harry llevanlo 4 Elena en sus brazos, y seguido
de Jacobo Starr y de Jack Ryan bajó la falda del pico
Arturo. Despues de algunas horas de «descanso, y de
un desayuno reparador en Lambert's- Hotel, pensa-
ron en completar la excursion con un paseo por el .
pais de los lagos.
Elena habia recobrado sus fuerzas. Sus ojos podián
ya abrirse enteramente á la luz, y sus pulmones as=
irar aquel aire vivificante y saludable. El verde de
ls árboles, los colores de las plantas, el azul del
cielo habian desplegado ya todos sus matices ante sv
vista,
Tomaron el tren en la estacion del ferro-carril
general y llegaron á Glasgow. Allí desde el último .
puente sobre el Clyde, pudieron admirar el curioso
movimiento marítimo del rio. Despues pasaron la
noche en el Hotel Real de Comrie.
Al dia siguiente el tren les condujo rápidamente
desde la estacion del ferro-carril de Elimburgo y
Glasgow, pasando por Dumbarton y Balloch, al ex-
tremo meridional del lago Lomond.
—Este es el pais de Rob Roy y de Fergus Mac.
Gregor, dijo Jacobo Starr; el territorio tan poética-
mente celebrado por Walter Scott. ¿No conuces este
pais, Jack?
—Le conozco por sus canciones, señor Starr, res-
pondió Jack Ryan; y cuando un pais ha sido bien
cantado debe ser bueno. :
—Y lo es, en efecto, dijo el ingeniero. Elena con-:
servará «Je él un grato recuerdo, :
—Con un guia como vos, señor Starr dijo Harry,
será mas agradable; porque contareis su historia
mientras nosotros le miramos. pea
—S, pare , respondió el ingeniero, mientras mi
memoria me lo permita; pero lo haré con una con-
dicion: que el alegre Jack me ayude. Cuando yo me
canse de hablar, él cantará. a
—No tendreis que levírmelo dos veces, dijo Ryan,
lanzando una nota vibrante, como si hubiese queria.
de un monumento griego. Desde la ciudad al campo
do poner su gargazta al la del diapasun.