Full text: Las Indias negras (3,8)

  
  
  
  
  
64 OBRAS DE JULIO VERNE 
  
  
  
  
  
Conozco la mano que ha trazado estas líneas. 
Elena hable de esto; porque ya sabeis que hasta 
ahora se ha callado por un deber; pero ahora habla- 
rá tambien por deber. Mi madre ha hecho muy bien 
en llevarla á su cuarto, porque tenia necesidad de 
descansar. Pero voy á buscarla... 
—Es inútil, Harry, dijo con voz firme y clara la 
jóven, que entró en aquel momento en la sala. 
Elena estaba pálida: sus ojos decian cuanto habia 
llorado; pues estaba resuelta á hacer lo que exigía su 
lealtad. 
— ¡Elena! exclamó Harry, dirigiéndose hácia la 
Jóven. 
—Harry, respondió la jóven , deteniendo con un 
gesto Ó su novio, es preciso que tú y tus padres se- 
pais la verdad. Es preciso que sepais todo lo que se 
refiere á Ja jóven á quien habeis recogido sin cono- 
cerla, y á quien Harry ha sacado del abismo, tal vez 
para desgracia suya. 
—;¡Elena! exclamó Harry. 
—Deja hablar á Elena, dijo Starr, imponiéndole 
silencio. 
—Yo soy la nieta del viejo Silfax. Yo no he cono- 
  
cido madre ninguna hasta que he entrado aquí dijo 
mirando á Margarita. 
—Bendito sea ese dia, hija mia, dijo la escocesa. 
—Yo no he tenido padre hasta que he conocido á 
| Simon Ford, ni amigos hasta que mi mano ha .toca- 
do la de Harry. He vivido sola quince años en los 
rincones mas ocultos de la mina, con mi abuelo. 
Con él, es decir poco; por él. Apenas le veia; por- 
ue se ocultaba en las mayores profundidades, que 
l solo conocia. Era bueno á su manera para mí; 
pero terrible. Me daba de comer lo que traia de fue- 
ra; pero tengo el vago recuerdo de que me sirvió de 
nodriza una cabra, cuya pérdida sentí mucho. En- 
tonces mi abuelo la reemplazó con otro animál, con 
un perro. Pero el perro era alegre, y ladraba; y co- 
mo el abuelo no queria ruidos, ni alegría, sino solo 
silencio, y no pudo acostumbrarle á callar el per- 
ro desapareció. Tenia por amigo un pájaro feroz , un 
buho, que al principio me horrorizaba, pero á pe- 
sar de esta repulsion, me tomó tal cariño, que yo se 
lo agradecia. Me respetaba mas que á su amo, y aun 
me inquietaba por él, porque Silfax era cesolo. 
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