94 OBRAS DE
JULIO VERNE
Terminada la cena se tendieron en el suelo con el puñal en la mano,
Tv.
OR TASCO Á CUERNAVACA.
El teniente fue el primero que despertó.
—José, en marcha, dijo.
El gaviero estendió los brazos. E
—¿Qué camino tomaremos? preguntó Martinez.
—Conozco dos, mi teniente.
¿Cuáles?
—Uno que pasa por Zacualican, Tenancingo y To-
Itca. De Tolucaá Méjico el camino es hermosQ, pof.
que ya se ha pasado la Sierra Madre.
—¿Y el otro?
—El otro nos aparta un poco hácia el Este, pero
tambien pasamos cerca de las hermosas montañas
de Gopocatepelt y de Ictacihualt. Este es el camino
mas seguro por ser el menos frecuentado. Es un pa-
seo de unas quince leguas por un plano inclinado.
—Elijo el camino mas largo, dijo Martinez: mar-
chemos; ¿dónde dormiremos esta noche?
Po
—Si hacemos doce nudos, en Cuernavaca, res-
pondió el gaviero.
Los dos españoles pasaron á la caballeriza, hicie-
ron ensillar los caballos, llenaron las alforjas de ga-
lletas de maiz, granadas y carne seca, porque en los
montes corrian peligro de no encontrar alimento su-
ficiente; y pagado el gasto de la posada montaron á
caballo y salieron, tomando el camizo de la derecha.
Por primera vez vieron encinas, árbol de buen
agúero, al pié del cual se detienen las emanaciones
mal sanas de las llanuras inferiores. En aquellos pa-
rajes, situados á mil quinientos metros sobre el nivel
mar, las producciones importadas desde la con-
0 se mezclaban con la vegetacion indígena.
ampos de trigo se ostentaban en aquel fértil oasis,
donde crecen todos los cereales europeos. Los árbo-
les del Asia y de la Europa entremezclaban sus ho-
jas; las flores del Oriente esmaltaban las verdes pra=-
aeras unidas á las violetas, á la verbena y á las mar-
garitas de las zonas templadas, algunos arbustos
resinozos accidentaban acá y allá el paisaje y perfu-
PEO