PEO
UN DRAMA EN MÉJICO
reiban el ambiente Yas suaves emanaciones de la vai-
nilla, protegida por la sombra del amiris y del liqui-
bambar. As los dos aventureros respiraban con de-
licia en aquella temperatura media de 20 á 22 grados,
comun á las zonas le Jalapa y de Chilpancingo, que
> pompas bajo la denominacion de Tierras Tem-
pladas.
Martinez y su compañero iban, sin embargo, su-
biendo cada vez mas por la llanura del Anahuac, y
atravesando las inmensas barreras que forman la me-
seta de Méjico.
—¡Ah! esclamó José, aquí tenemos el primero de
los tres torrentes que debemos atravesar.
En efecto, un rio perfectamente encajonado corria
por delante de los viajeros. '
—En mi último viaje este torrente estaba seco,
dijo José. Sígame usted, mi teniente.
Ambos bajaron por una cuesta bastante suave,
entre las rocas y llegaron á un vado fácilmente prac-
ticable.
—Ya va uno, dijo José.
—¿Son igualmente vadeables los otros? preguntó
el teniente.
—Igualmente, respondió José. Cuando en la esta-
cion de las lluvias crecen estos torrentes, desembo-
can en el rio de Ixtolma, que encontraremos en las
grandes montañas.
—¿No tenemos nada que temer en estas soledades?
—Ñada; como no sea el puñal mejicano.
—Es verdad, respondió Martinez. Estos indios de
los paises elevados son fieles al puñal por tradicion.
—Por eso, dijo el gaviero, riéndose tienen una
multitud de palabras para designar su arma favorita:
estoque, verduguillo, puñal, cuchillo, beldoque,
navaja. El nombre acude á sus labios con tanta fre-
cuencia como el puñal á sus manos. Pero tanto me-
jor, por ¡Santa María! á lo menos no tendremos que
temer las balas invisibles de las largas carabinas.
Nada mas incómodo que ignorar quién es el bribon
que trata de matarnos.
ei son los indios que habitan estas monta-
tañas? preguntó Martinez.