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—¿Quién puede contar las diferentes razas que se |
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multiplican en este redorado de Méjico? Diré á usted |
todos los cruzamientos que he estudiado cuidadosa-
mente, con intencion de contraer algun dia un ma- |
trimonio ventajoso. Aquí se encuentran: el mestizo,
roducto de un español y una india; el castizo, hijo |
e una mujer mestiza y de un español; el mulato, |
de uma española y de un negro; el morisco, hijo de
una mulata y de un español; el alvino, nacido de una
morisca y de un español; el salto-atrás, hijo de un
alvino y de una española; el tintin-claro, de un sal-
to-atrás y de una española; el lobo, nacido de una
india y de un negro; el carilujo, hijo de una india
y de un lobo; el larsino, hijo de un lobo y de una
mulata; el grifo, hijo de una negra y de un lobo; el |
albarazado, hijo de una loba y de un indio; el cha-
nizo, hijo de una mestiza y de un indio.
José decia verdad, y la pureza de las razas muy
roblemática en aquellos paises dificulta grandemente
os estudios antropológicos. Pero 4 nesar de la con=
versacion científica del gaviero, Martínez continuaba
taciturno y á veces se apartaba de su compañero,
cuya presencia parecia molestarle.
En breve hallaron cortado el camino por otros dos
torrentes, y allí el teniente, que contaba dar de be-
ber 4: su caballo se encontró chasqueado, viendo que
los lechos estaban secos. :
Estamos como en calma chicha, sin brisa y sin
agua, sin teniente, dijo José. Pero, sígame usted,
buscaremos entre estas encinas y estos olmos un ár-
bol que se llama el ahuehuelt, y que reemplaza ven-
tajosamente á los haces de paja con que se adornan
las paredes de las posadas. Bajo su sombra se en-
cuentra siempre un manantial y aunque sea de agua,
puedo decir á usted, que el agua es el vino del de-
sierto. -
Dieron vuelta á os peñascos y pronto encontraron
el árbol que buscaban. Pero la soma estaba agotada
- y aún se veia que lo habia sido recientemente.
,—Es singular, dijo José. E
——¿No es verdad, que es singular? dijo Martinez,
poniéndose pálido. En marcha, ex marcha.
Los dr Tia no cruzaron entre sí ni una palabra
hasta la aldea de Cacahuimilchan, Allí desocuparon
un poco sus alforjas y luego se dirigieron hasta Cuer-
-navaca, tomando la direccion del Este. :
El país se presentaba entonces bajo un aspecto mas
escabroso y hacian presentir los picos gigantescos,
cuyas cimas basálticas detienen las nubes proceden-
tes del Grande Océano. ; e
A la vuelta de una inmensa roca apareció á su vista
el fuerte de Cochicalcho, levantado por los antiguos
“mejicanos y cuya meseta tiene 9,000 metros cuadra-
dos. Los viajeros se dirigieron hácia el conó inmenso
que forma su base, y que estaba coronado de rocas
oscilantes y de ruinas amenazadoras.
Despues de haber echado pié á tierra y atado sus '
caballos al tronco de un álamo, deseosos de avert- ;
- guar la direccion del camino, treparon á la cima del
cono auxiliados por las asperidades del terreno.
La noche se acercaba, y resistiendo los objetos de
- contornos incisos, les prestaban formas fantásticas. |
El antiguo fuerte se parecia á un enorme bisonte
echado sobre sus cuatro patas cun la cabeza inmóvil; '
y la mirada inquieta de Martinez creia ver sombras
agitarse sobre el cuerpo del monstruoso animal,
Guardó silencio sin embargo, para no dar motivo á
las burlas del incrédulo José. Este se aventuraba len-
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OBRAS DE JULIO VERNE.
Martinez se detuvo.
Una enorme roca oscilaba visiblemente sobre su
base á 30 pies por cima de su cabeza. De repente
aquella roca se desprendió, y rompiéndolo todo á su
aso, con la rapidez y el ruido del rayo, fué á hun-
dirse en el abismo.
—¡Santa María! esclamó el gaviero.
—¡ Hola, mi teniente!
—;¡ José !
—¡Por aquí!
Los dos españoles se encontraron reunidos.
—¡ Qué avalancha! Bajemos, dijo el gaviero.
Martinez le siguió sin decir una palabra, y ambos
llegaron en breve á la meseta inferior. Se
Allí, un ancho surco marcaba el paso de la roca.
—;¡ Santa María ! esclamó José. Nuestros caballos
han desaparecido; muertos, aplastados por la roca.
—¡Será verdad ! dijo Martinez.
—Véalo usted. :
El árbol al cual habian estado atados los dos an
males habia sido, en efecto, arrastrado con ellos por
el enorme peñasco. |
—;¡ Si hubiéramos estado á caballo!... dijo filosó-
ficamente el gaviero.
Martinez estaba poseido de un inmenso terror.
E serpiente, la fuente, la avalancha! mur-
muró.
De repente, con los ojos estraviados, se lanzó so-
bre José, y
—¡No acabas de hablar del capitan Ortega! escla-
mó colérico y apretando los dientes.
—No hagamos locuras, mi teniente. Saludemos
por última vez á nuestras cabalgaduras muertas y
en marcha. No es bueno permanecer aquí cuando la
vieja montaña sacude sus crestas.
Los dos españoles tomaron el camino sin decir una
palabra, y en medio de la noche llegaron á Cuerna-
vaca; pero les fue imposible des 0 caballos,
y á la mañana siguiente se dirigieron á pié hácia la
montaña de Popocatepelt.
LE
DE CUERNAVACA Á POPOCATEPELT.
La temperatura era fria y la vegetacion nula.
Aquellas alturas insensibles pertenecen á las zonas
glaciales llamadas tierras frias (*), y los abetos de las
regiones brumosas mostraban sus perfiles secos en-
«tre las últimas encinas de aquellos climas elevados y
los manantiales eran cada vez mas raros en aquellos
terrenos, compuestos de traquitos hendidos, y de
amigdaloides porosos. ; :
Hacia seis horas largas que el teniente y su com-
pañero marchaban penosamente, desgarrándose las
manos en las aristas de las rocas y los pies en los
guijarros agudos del camino. Pronto la fatiga les
obligó á sentarse, y José se ocupó en preparar algun
alimento. | ] 0
Qué diabólica idea la de no tomar el camino
==;
ordinario! murmuró,
y
Ambos esperaban encontrar en Caracopistla, aldea
enteramente perdida en las montañas, algun medio
de transporte para terminar su viaje; pero su des-
- engaño fue grande al hallar en todas partes el mis-
1
tamente, al través de los senderos de la montaña, ¿
,
cuando desaparecia detrás de alguna anfractuosida
su compañero se guiaba por el ruido de sús esclama=
ciones y de sus voces. ES Pe
- De repente, una enorme ave nocturna, lanzando
un grito rónco se levantó pesadamente sobre sus an
O Sh
-
| del Sur y su clima mas templado que el de esta
[ Mas al Norte es donde priucipia la tierra (ria.
mo abandono, la misma falta absoluta de todo y la
misma inhospitalidad que en Cuernavaca. Era pre-
ciso, sin embargo, llegar á Méjico. : t
- Poco despues se levantaba delante de ellos el in-
-measo cerro de Popocatepelt,, de tal altura, que la
(») Cuernavaca es precisamente el límite que separa la tierra fria
de la tierra caliente, siendo la eéapital mas importante del Estado
provincia mejicana.
(NM. del T)
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