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21 OBRAS DÉ JULIO VERNE
Despues vendria ol cotafaleo, llevado en hombros de cincuenta lacayos.
dadosamente colocado el ataud encargado para el
funeral. Ni Wang, ni Sun, ni ninguno de los cria-
dos del yamen tenian motivo para extrañar aquella
llegada porque, como hemos dicho, nó hay ningun
chino que no quiera poseer en vida el lecho en el
cual le han de tender para siempre.
Aquel ataud, obra maestra del artista de Liao-
Cheu, fue depositado en la sala de los antepasados.
Allí, cepillado y cuidado con esmero, debia esperar
largo tiempo, segun la opinion general, el dia en
que el discípulo del filósofo Wang pudiera utilizar-
lo.... No pensaba lo mismo Kin-Fo. Sus dias estaban
contados y se aproximaba la hora que debia relegarle
entro los antepasados de la familia.
En aquella noche, en efecto, Kin-Fo habia re-
suelto definitivamente salir de esta vida,
Durante el dia llegó una carta de la desconsola-
da Le-u.
La jóven viuda ponia 4. disposicion de Kin-Fo lo
poco que poseia. Las riquezas no eran nada para
glla ; sabria vivir pobre; lo amaba. No necesitaba
mas. ¿No podrian ser felices en una situacion mas
modesta?
Aquella carta en que brillaban los sentimientos
mas puros del afecto mas sincero, no modificó la
resolucion de Kin-Fo.
— Solo mi muerte puede enriquecerla, dijo para sÍ.
Faltaba decidir dónde y cómo se consumaria el
acto supremo. Kin-Fo experimentaba una especie
de placer en arreglar estos pormenores y esperaba
en el último momento tener alguna emocion, por pa-
sajera que fuese, que hiciera palpitar su Corazon.
En el recinto del yamen se levantaban cuatro
kioskos adornados con toda el gusto que distingue
el talento fantástico de los adornistas chinos. Tenian
nombres significativos; se llamaban: el pabellon de
la Felicidad, donde Kin-Fo no entraba nunca; el pa-
bellon de la Riqueze(. 11 cual no miraba sino con el
mas profundo desprecio; el pabellon del Placer, cu«
yas puertas desde hacía largo tiempo estaban cerra«
das para él, y el pabellon de Larga vida, que había
resuelto mandar derribar,
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