Full text: Las tribulaciones de un chino en China (4,7)

  
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multitud. De fépente »e abrió su mano y las monedas | 
se escaparon y cayeron al suelo. 
Enfrente de sí vió 4 un hombre cuyas miradas se 
cruzaron con las suyas. 
—¡Ah! esclamó Kin-Fo, que no pudo contener 
aque la interjecion á la vez interrogativa y escla- 
mativa. : 
Fry y Craig le habian rodeado creyéndole cono- 
cido, amenazado, herido y quizá muerto. 
—¡Wang! gritó Kin-Fo. 
—¡Wang! repitieron Craig y Fry. 
Era Wang en persona. Acababa de ver á su anti- 
guo discípulo; po en vez de precipitarse sobre él, 
huyó con toda la celeridad de sus piernas que eran 
bastante largas. 
Kin-Fo no vaciló. Quiso salir de una vez de su. 
intolerable situacion y siguió á Wang escoltado de 
Ery y Craig que no querian ni correr mas que él, ni 
uedarse atrás. 
Ellos tambien h:ubian conocido al filósofo y com- 
prendieron, por la sorpresa que este acababa de ma- 
nifestar, que no esperaba ver á Kin Fo, así como 
Kin-Fo no esperaba tampoco encontrarle allí, 
¿Pero por qué huia Wang? La cosa era inexplica- 
b'e; pero en fin, huía como si toda la policía del Ge- 
leste Imperio le hubiera ido pisando los talones. 
La carrera fué prodigiosa. 
—No estoy arruinado Wang; Wang no estoy ar- 
ruinado, gritaba Kin-Fo. 
—Es rico, es rico, repetian Fry y Craig. 
Pero Wang estaba á demasiada distancia para oir 
aquellas palabras que hubieran debido detenerle. 
Atravesó el. muelle, siguió por el canal y llegó á la 
entrada del arrabal del Oeste. : 
Sus tres perseguidores volaban; pero no ganaban 
terreno sobre él; por el contrario, parecia haber 
cada vez mayor distancia entre el fugitivo y Kin Fo. 
Media docena de chinos se habian unido á Kin-Fo, 
sin contar dos Ó tres parejas de tipaos que habian 
tomado por ma!lhechor al hombre que huia de aquel 
modo. ' 
¡Curioso espectáculo el de aquel grupo gritando, 
alullando y aumentándose en su camine con muchos 
voluntarios! Alrededor del cantor habian oido per- 
fectamente á Kin-Fo pronunciar el nombre de 
Wang. Por fortuna el filósofo no habia respondido 
pronunciando el de su discípulo, pórque entonces 
toda la ciudad se hubiera lanzado detrás de un hom- 
- bre tan célebre. Pero el nombre de Wang, súbita 
mente pronunciado , habia sido suficiente; Wang, el 
personaje cuyo descubrimiento valia una recompen- 
sa enorme. Todos lo sabian; de manera que si Kin- 
Fo corria tras los 800,000 duros de su capital y 
Craig y En corrian tras los 200,000 duros del se- 
guro, los demás corrian tras los 2,000 de la prima 
prometida, y preciso es convenir en que estos pre- 
mios eran suficientes para dar flexibilidad y ligereza 
á las piernas de todo el mundo. 
—Wang, Wang, soy más rico que nunca, conti- 
nuaba gritando Kin-Fo segun se lo permitia la rapi- 
dez de su carrera. : 
—No está arruinado, no está arrumado, repetian 
Fry y Craig. rg 
—Detente, detente, continuaba la multitud que 
iba aglomerándose como una bola de nieve. 
Wang no oia nada. Con los codos pegados al cos- 
tádo no queria ni cansarse en responder, ni perder 
po de su celeridad por el placer de volver la ca- 
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Salieron del arrabal, Wang tomó la calle enlosa- 
da que corre al lado del canal y que estando enton- 
ces casi desierta, le proporcionaba campo libre. Allí 
se aumentó la viveza de su fuga; pero naturalmen- 
te tambien se redobló el esfuerzo de los persegui- 
  
OBRAS DE JULIO VERNE 
Aquella carrera lotu« se sostuvo durante vemt8 
minutos y nadie podia prever cuál seria el resulta- 
do. El fugitivo, sin embargo, parecia que iba can- 
sándose. La distancia'que habia mantenido hasta 
entonces entre él y sus perseguidores parecia dismi- 
huirse, 
- Wang conociéndolo, dió de repente un salto y des- 
«apareció detrás de la tapia que cercaba el recinto 
de una pequeña pagoda á la derecha del camino. 
— Diez mil taeles á quien le detenga, gritó 
Kin-Fo. 
—Diez mil taeles, repitieron Craig y Fry. 
—¡Yá, Jo Ja gritaron los mas avanzados del 
grupo. Todos habian torcido hácia la derecha si- 
guiendo las huellas del filósofo y rodearon el muro 
de la pagoda. 
Wang reapareció siguiendo un estrecho sendero 
trasversal á lo largo de un canal de riego, y para 
hacer perder la pista á los que le perseguían, torció 
otra vez el camino y volvió á la carretera enlosada. 
Pero allí se conoció desde luego que estaba cansado 
porque volvió la cabeza muchas veces. Kin-Fo, Craig 
y Fry seguian sin descanso la persecución; no cor- 
rian, sino que volaban y ninguno de los que ivan 
aguijoneados por la esperanza de ganar los 10,000 
taeles ofrecidos marchaba delante de ellos. 
El desenlace se aproximaba: no era mas que un 
asunto de tiempo, y de tiempo relativamente corto, 
quizá de algunos minutos. 
Todos, Wang, di Fo y sus compañeros habian 
llegado al sitio donde la carretera principal atraviesa 
el rio por el célebre puente de Pali-kao. 
Diez y ocho años antes, el 21 de setiembre de 18650, 
no hubieran podido correr con libertad por «aquel 
puente de la provincia de Pe-Chi-Li, porque la 
gran calzada estaba entonces llena de fugitivos de 
otra especie. El ejército del general San-Ko-Lin- 
Tsin, tio del emperador, rechazado por los batallones 
franceses, habia hecho alto en aquel puente de Pa'i- 
kao, magnífica obra de arte con una balaustrada de 
mármol blanco adornada á uno y otro lado de una . 
fila de leones jiguntescos. Alli fué donde aquellos: 
tártaros manchues tan valientes en su fatalismo, fue- 
ron aplastados por las balas de los cañones europeos. 
Pero el puente, que tenia todavía las señales de 
la batalla en sus estátuas desconchadas, estaba libre 
entonces. 
Wang, cada vez mas cansado, atravesó la carrete- 
ra. Kin-Fo y los demas por un supremo esfuerzo se 
fueron acercando; ya no lesseparaban de él mas que 
veinte pasos, mas que quince, mas que diez. 
Era inútil procurar detener á Wang con palabras 
que no podia ó no queria oir. Era preciso alcanzarle, 
apoderarse de él, atarle si se resistia.... Despues 
vendrian las esplicaciones. 
Wang comprendió que iba á ser alcanzado y, co- 
mo por una obstinacion inexplicable parecia temer 
encontrarse cara á cara con su antiguo discípulo, 
quiso arriesgar su vida para evitarlo. E 
En efecto, de un salto se puso sobre la balaus- 
trada del puente y desde allí se precipitó al Pei-ho. 
—Wang, Wang, gritó Kin-Fo deteniéndose por 
un instante. ' Era 
Dospues tomó carrera á su vez y se precipitó al 
rio gritando: ; N 
—Yo le sacaré vivo. 
—¿Craig? dijo Fry. 
—¿Fry? dijo ao - 
—Doscientos mil duros al agua. Y ambos, atrave- 
sando la balaustrada, se precipitaron al socorro del 
ruinoso. cliente de la Cenfenaria. A 
Algunos de los voluntarios les siguieron, presen= 
tando una escena parecida al de un racimo de paya- 
sos en el ejercicio del trampolin. : 
* Pero tanto celo debia ser inútil, Kin-Fo, Fry 
 
	        
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