LAB TRIBULACIONES DE UN ÚHINO EN CHINA
' taban el agua, abundante en peces, de la costa,
y del alimento que sos compañeros de viaje empa-
quetados en la boleya.
Kin-Fo, Craig y Fry habian tomado alojamiento,
bien 6 mal, bujo el alcázar de popa, y Sun en el
de proa.
Los dos agentes, siempre desconfiados, se habian
entregado á un minucioso exámen de la tripulación
y del ctas pero mula hallaron sospechoso en la
actitud de aquella buena gente. Suponer que podian
estar de acuerdo con Lao-Sco era completamente ,
inverosimil, pues que solo la casualida.| habia pues-
to el junco % disposicion de su cliente; ¡y cómo la
casualidad habia de ser cómplice del famoso tai-
ing? La travesía, fuera de los ¡eligros que ofreciera
a mar, debia, pues, proporcionar una tregua de al-
unos dias á su alarma contínua. Por eso dejaron á
in-Fo mas solo que otras veces. Este no se disgustó
de su soledad. Se metió en su camarote y pudo filo-
sofar á sus anchas. ¡Pobre hombre, que no hab'a
sabido apreciar su dicha ni comprender lo que valia
aquella existencia exenta de cuidados en el yamen
de Shang-Hai! ¡Pobre hombre, á quien el trabajo
hubiera podido trasformar! Si volvia á entrar en po-
sesion de su carta, ya se veria si la leccion le habia
servido de algo y sl el loco no se habia vuelto jui-
Cl0S0. e
Pero aquella carta, ¿la recobraria al fin? Sí, sin
duda ninguna, pues ne pondria precio á su restitu-
cion. Aquella no podia ser para Lao-Sen mas que
una Cuestion de dnd: Sin embargo, era preciso
comprarla y no ser sorprendido: gran dificultad.
Lao-Sen debia estar al corriente de to.lo lo que ha=
cia Kin-Fo, mientras que Kin-Fo no sabia nada de
lo que hacia Lao-Sen. De aquí el peligro sério que
correría luego que hubiera desembarcado en la pro-
vincia esplotada por el tai-ping. Todo consistia en :
sorprenderle Evidentemente Lao-Sen preferiria co- |
brar 50.000 duros en vida de Kin-Fo que la misma
cantidad á su muerte, porque esto le evitaria un viaje
á Shang Hai y una visita 4 las oficinas de la Centena-
ria, cosa peligrosa para él, cualquiera que fuese la
longanimidad del
anterior. :
Así pensaha el trasformado Kin-Fo, y puede creer-
se que la noble viuda de Peking tenia una gran par-
te en sus proyectos de porvenir..
Entre tanto ¿qué pensaba Sun?
Sun no reflexionaba. Estaba ten:lido en el alcázar,
a su tributo á las divinidades malhechoras |
e
golfu de Pe-Chi-Li. No lograba reunir en su men-
te ninguna ideá sino para maldecir á su amo, al liló=
sofo Wang y al bandido Lao-Sen. Su corazon era es-
túpido, sus ideas estúpidas y sus sentimientos tam-
bien. No pensaba ya en el té ni en el arroz. ¿Qué
viento le habia llevado por allí, sin duda equivoca -
damente? Habia hecho muy mal, diez mil veces mal,
- en entrar al servicio de un hombre á quien se le ha=
- bia antojado navegar. Daria de buena gana lo que el
quedaba de coleta por no estar allí. Preferiria afeí=
tarse toda la cabeza y hacerse bonzo. Tenia un ma=
reo como si fuese un perro amarillo que le devorase
el hígado y las entrañas. :
Entre tanto, bajo el impulso de un buen viento
. del Sur, el Sam-Yep seguia, 4 tres ó cuatro millas de
- distancia, las costas bajas del litoral, que se esten-
dian del Este al Oeste. Pasó por delante de Peh-
Tang, á la embocadura del rio de este nombre, no
lejos del sitio donde los ejércitos europeos realizaron
su desembarco, y despues delante de Shang-Tung,
de Shian-Ho, de las bocas del Tau, y de Hai-Ve-Tse.
Aquella parte del golfo comenzaba á presentarse
desierta. El movimiento marítimo, muy importante en
el estuario del Pei-Ho, no se estendia 4 20 millas mas
allá. Algunos juncos de comercio que hacian el ca-
botaje; una docena de barcas pescadoras que esplo=
un cargamento cuando vale la
obierno acerca de su conducta
15
Lan
almadrabas de la orilla; 4 lo lejos el horizonte, ¿o
lutamente desierto: tal era el aspecto de aquella par-
te del mar. :
Craig y Fry observaron que las birras pescado»
ras, aun aquellas que no pasaban de cinco á seis to»
neladas, ¿ban armadas con uno ó dos cañoncito:.
Hicieron esta observacion al capitan Yin, el cual
respondió frotándese las manos:
—Todo se necesita para imponer miedo á los pi-
, Fatas.
—¡Piratas en esta parte del golfo de Pe-Chi-Li!
esclamó Fry.
—Hay abundancia de esa buena gente en los ma-
res de 'a China. :
Y el digno capitan se echó á reir, mostrando las
dos filas de sus dientes blanquísimos.
—Parece que no les teme usted mucho, obser=
vó Fry.
—No, tengo aquí mis dos cañones, que son dos
buenos mozos y que hablan muy alto cuando alguno *
se les pone demasiado cerca.
—¿Están cargados? laca Craig.
—OUrdinariamente
de ahora?
os. O.
—¿Por qué? preguntó Fry,
—Porque no tengo pólvora, respondió tranquila-
mente el capitan Yin.
—¿Entónces para qué sirven los cañones? dijeron.
Craig y Fry, poco satisfechos de la respuesta.
—¡Para qué! esclamó el capitan. Para defender
pena de defenderlo,
cuando el junco está atestado hasta las escotillas-de
e 6 de ópio. Pero hoy, con el cargamento que
q €Vd...
—-¿Y cómo, dijo Craig, han do saber los piratas si
este junco vale 6 no la pena de ser atacado?
—¡Teme usted la visita de esa buena gente? res-
an el capitan encogiéndose de hombros y giran-
o sobre sus talones. ]
—Sí señor, dijo: Fry. ]
—No traen ustedes ni siquiera una pacotilla á
bordo. : E
—Es verdad, añadió Craig, pero tenemos razones
particulares para no desear esa visita.
—Pues bien, estén ustedes tranquilos, respondió
el capitan. Los piratas, si encontramos algunos, no
darán caza á nuestro junco. :
—¿Por qué? : :
—Porque, sabrán de antemano á qué atenerse 80
bre la naturaleza de su cargamento desde el instan-
te que Je tengan á la vista.
Y el capitan Yin les mostró una bandera blanc
que flotaba á la mitad del palo mayor del junco.
—La bandera blanca á media asta es la bandera
de luto, y esa buena gente no se molestará para sa-
quear un cargamento de ataudes. >
- —Pueden creer que navegamos bajo pabellon de
luto por prudencia, observó Craig, y venir á bordo
para cerciorarse.
_—Si vienen los recibiremos, respondió el capitan
Yin; y cuando nos hayan visitado, se volverán como
hayan venido. — a :
raig y Fry no insistieron; pero no participaban,
sino en muy corto grado, de la inalterable tranqui=
lidad del capitan. La captura de un junco de 300
toneladas, aun en lastre, ofrecia buen provecho á la
buena gente de que hablaba Yio para animaria á ¡n=
tentar el golpe. De todos modos era preciso resig=
harse y esperar que la travesía se h ciera con to
felicidad. o
Por lo demás, el capitan no habia descuidado nada
de lo que pudiera asegurarle un éxito favorable,
En el momento de aparejar habia un