Full text: Las tribulaciones de un chino en China (4,7)

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al anfitrion que ocupaba la cabecera de la mesa, es 
OBRAS DE JULIO VERNE 
En todo caso no eran franceses, pues que no ha- 
Los seis convidados estaban sentados á la mesa en 
decir, el sitio mas ma'o como lo exigian las leyes de | blaban de política. 
la cortesía. El anfitrion indiferente y distraido escu= | 
pr sin decir nada, aquella disertacion inter po- 
cula. 
—Veamos, ¿qué piensa nuestro huésped de esas 
divagaciones entre copa y copa? ¿Encuentra la exis 
a buena ó mala? ¿Está en favor ó en contra de 
ella 
El anfitrion estaba comiendo negligentemente pe- 
pitas de sandía y se contentó por toda respuesta con 
- adelantar desdeñosamente los lábios como hombre á 
quien no interesa la conversacion. 
Psel dijo. 
Esta es la exclamacion pór excelencia de los indi- 
ferentes. Dice todo, y no dice nada; es propia de to- 
das las lenguas, y debe de figurar en todos los diccio - 
narios del globo; es un gesto articulado. Los cinco 
convidados á quienes daba de comer aquel aburrido 
personaje le estrecharon entonces con sus argumen- 
tos cada uno en favor de su tésis. Querian de todos 
modos saber su opinion. Al principio se negó á res- 
ponder; pero al fin concluyó por decir que la vida ni 
era buena, ni era mala. A suentender era un: inven- 
pes bastante insignificante y en suma poco agra- 
able. 
—Esa opinion pinta á nuestro amigo. 
—¿Y como puede usted hablar asi cuando'ni una 
hoja de rosa ha turbado o su descanso? 
—¡Y cuando es jóven se 
—¡Y cuando además tiene buena salud! 
—;¡Y cuando sobre todo es rico! 
—¡Muy rico!  - 
—¡Riquísimo! 
— ¡Demasiado rico tal yez! € : 
Estas interpelaciones se cruzaron como petardos 
de un fuego artificial sin producir siguiera una son= 
risa en la impasible fisonomía del anfitrion. Se habia 
contentado con encogerse ligeramente de hombros 
como hombre que ni por una hora siquiera habia 
querido nunca hojear el libro de su propia vida y 
que no habia abierto ni las primeras páginas. 
-- Sin embargo, aquel indiferente tenia todo lo mas 
treinta y un años, salud robustísima, gran caudal y 
un talento regularmente cultivado. Su inteligencia 
era mas que mediana; tenia en fin todo lo que falta 
á tantos otros para ser uno de los felices de este 
mundo. ¿Por qué no lo era? 
Por quér 
- La voz grave del filósofo se levantó entonces y ha- 
blando como un corifeo del coro antiguo, dijo; 
—Amigo, si no eres feliz en este mundo es por- 
que hasta aquí tu felicidad ha sido negativa. Sucede 
con la felicidad lo que con la salud; para gozar bien 
de ella es preciso haber sentido su falta alguna vez. 
Ahora bien; tú no has estado nunca enfermo, ni haz 
sido tampoco desdichado. Eso es lo que falta á tu vi 
da. ams puede apreciar la dicha quien no ha co- 
nocido la desgracia ni siquiera por un solo instante? 
Hecha esta sábia observacion, el filósofo alzando la 
soe aca de champagne de la mejor marca, ex- 
 clamos ol 
-— —Bebo á que se presente alguna mancha en el 
50) as nuestro huésped y tenga algunos dolores en 
su vida. RS 
Despues de lo cual vació la copa de un trago. 
El anfitrion hizo un ademan de sentimiento y vol- 
o > 
vió 4 caer en su apatía habitual. 
¿Dónde ocurria esta conversacion? ¿Era en un eo- 
-medor europeo en París, en Lóndres, en Viena, ó 
- en San Petersburgo? ¿Los seis convidados conver- 
saban en el salon de una fonda del antiguo 6 del ' 
“nuevo mundo? ¿Quiénes eran aquellos hombres que 
- trataban semejantes cuestiones en una comida gin 
¡haber bebido mas de lo que era de razon? 
un salon de regular estension, lujosamente adorna- 
do. Al través de los cristales azulos ó naranjados de 
la habitacion pasaban á aquella hora los últimos ra- 
yos del sol. Exteriormente la brisa de la tarde movia 
guirnaldas de flores naturales ó artificiales, y algu- 
nos farolillos multicolores mezclaban sus resplando- 
res pálidos con la luz moribunda del dia. Sobre las 
ventanas se veian arabescos cun diversas esculturas 
representando bellezas celestes y terrestres, anima- 
les ó vegetales de una fauna y de una flora fantás- 
ticas. 
En las paredes del salon, cubiertas de tapices de 
seda, resplandecian grandes espejos, y en el techo 
una punka agitaba sus alas de percal pintado ha- 
ciendo soportable la temperatura. 
La mesa era un gran cu1drilátero de laca negra. 
No tenia mantel, y su superficie reflejaba la vajilla 
de plata y porcelan: como hubiera podido hacerlo 
una mesa del mas puro cristal. No habia servilletas. 
Hacian el oficio de tales, cuartillas de papel adorna= 
das de divisas, de las cuales cada convidado tenia 
cerca de sí una cantidad suficiente. Alrededor de la 
mesa habia sillas con pe de mármol, muy 
it en aquella latitu 1 álos respaldos almoha= 
illados del mueblaje moderno. Servian á la mesa 
muchachas muy amables, cuyos cabellos negros es- 
taban adornados de azucenas y crisantemos y lleva= 
ban brazaletes de oro 6 de azabache en los brazos. 
Rusueñas y alegres ponian ó quitaban los platos con 
una mano, mientras que con la otra agitaban gracio- 
sámente un grande abanico que reanimaba las cor- 
rientes de aire movidas por la punka del techo. 
La comila no hubia dejado nada que desear. No 
podia imaginarse cosa mas delicada que aquella Co- 
cina á la vez aseada y cientifica. El cocinero á la 
moda, sabiendo que daba de comer á estómagos Co- 
nocedores, se habia escedido á sí mismo en la confec- 
cion-delos cientocincuenta platos de que se componia 
el menú de la comida. 
Al principio, como para entrar en materia, figu-- 
raban tortitas azucaradas de caviar, langostas fritas, 
frutas secas y ostras de Ning-po. Despues se suce: 
dieron en cortos intervalos huevos es:alfados deána- 
.de, de paloma y de ave-fria, nidos de golondrina con 
huevos revueltos fritos de Ging-seng, agallas de solo 
en compota, nervios de ballena con salsa de azúcar, 
renacuajos de agua dulce, huevas de cangrejo guisa- 
das, mollejas de gorrion, picadillo de ojos de carne- 
ro con punta de ajo, macarrones con leche de almen- 
dra de albaricoque, holoturias á la marinera, yemas 
de bambú con salsa, ensaladas de raicillas tiernas 
con azúcar, etc. Anades de Singapore, almendras 
Pop almendras tostadas, mangues sabrosos, 
rutos del Long yen de carne blanca y de Lit-chi, 
pulpa pálida, castañas, naranjas de Canton en confi- 
lábios ; 
coronar á los postres aque 
  
tura, formaban el último servicio de aquella comida 
que duraba desde tres horas antes, acompañada de 
¿e cantidad de cerveza, champagne, vino de Chao- 
igne y cuyo arroz indispensable puesto entre los 
e los convidados po medio de palitos iba á 
la lista científica de man- 
jares. : , 
Llegó al fin el momen*. en que las jóvenes sir= 
vientes llevaran, ho esos vasos á la moda que contie- 
nen un líquido perfumado, sino servilletas empapa= 
das en agua caliente que cada uno de los convidados 
se pasó : 
po la cara con la mayor satisfaccion. 
quel, sin embargo, no era mas que un entre- 
acto de la comida. Una hora de farniente para escu- 
char los acentos de la música. 
En efecto, una compañía de cantantes ó instra- 
mentistas emir en el salon, Las canlanles eran lins 
 
	        
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