Sa
E >
A
a
e
Y chillando, fuéronse las mujeres.
—¡Oh, que abrumado me han puesto! —seguía lamentándose el
monarca longobardo—Pero si llego a saber el inventor de este
chasco, le he de hacer castigar según su merecido. :
Apenas, como quien dice, se hubieron marchado las mujeres,
Bertoldo que había estado escuchando toda la bulla desde un escon-
dite, salió y se puso delante del rey, preguntándole: ¿Qué dices a
esto, rey mio? ¿No te dije que bien pronto habías de leer el libro
al revés de como ayer le leiste?
—¡Por Barrabás!...—prorrumpió el rey.—¿Has sido tu el autor
de este enredo?
—Tu lo has adivinado, y no me puedes castigar en virtud de
la palabra que me diste;—contestó Bertoldo.
—Es verdad; quedas perdonado; y ya que te has salido con la
tuya,—añadió el rey,—en pago quiero que te sientes conmigo en
mi real trono.
—No es posible.
—¿Por qué?
—No pueden cuatro nalgas caber en un trono solo.
—Ya mandaré hacer otro junto al mío, te sentarás en él, y da-
rás audiencia conmigo.
—Veo que ignoras—arguyó Bertoldo,—que el enamorado y la
dama no desean compañia; y asi gobierna tu solo.
—Digo,—replicó el rey,—que eres tu más inventor de enredos
que el mismo Merlin, y más astuto que el zorro. Ahora doy razón
a las mujeres en mostrarse contra mi tan iracundas. Soy...
—Un borrico sin cabeza.
—Gran bestia eres,
—Tu me has conocido el primero.
El rey y Bertoldo, estaban asi dialogando, cuando llegó un
criado de parte de la reina, diciendo que deseaba S. M. ver a Ber-
toldo; pues ella sabía le gustaba. chasquear a las mujeres y
tenía intención de hacerle dar una buena do de palos, El rey
se volvió a Bertoldo, y le dijo:
—Bertoldo, la reina dice que te quiere ver; y así vete con este
mensajero, que estará impaciente.
.—Los mensajes, señor, tanto suelen tener de bueno como de
malo.
E EI