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A A EL GENERAL NO IMPORTA
—Ha pedido vuestro auxilio para la conquista de :
Portugal.
—No me fío...
—Hacéis mal.
—Lo dirá el tiempo.
—Terco sols, por Dios.
—El Emperador ha visto pasear triunfantes sus
banderas por toda Europa, y ahora querrá que las
bese el sol de España... Vos, señor, hacéis ahora el
camino de Madrid, yo lo háré dentro de poco...
Mientras hablaba Sebastián, montaron á caballo
Manuel y su esposa, y al tomar las riendas de las
propias manos del mesonero, le dijo el francés:
—¿Vais también á Madrid?
—Espero que allí nos hemos de encontrar otra vez.
Me alegraré mucho de ello; y ahora con Dios
quedad, buen hombre...
Y mientras el francés picaba los costados del ca—
ballo y la dama movía ligeramente la cabeza, como
saludando al mesonero, éste contestaba ú su despe=
dida diciendo: |
—Dios guíe vuestros pasos y la Virgen extienda
sobre vuestras cabezas su manto protector...—y se
quedó contemplando como sus huéspedes de algunas
horas se alejaban al trote ligero de su caballo.
No se hallarían todavía -á treinta pasos del me-
són, cuando salió de entre unos arbustos que en la
otra parte del camino había, un hombre ya bastante