14 .CÁRCELES Y PRES. DIOS
—¿Qué vas á hacer?
Colard la amenazó con el arma y Anita echó á llorar.
Entre tanto los asesinos cayeron sobre Fualdés, le cogie-
ron por los pies y por los hombros, le levantaron y lo ten=
dieron sobre una mesa.
El desgraciado juez luchaba con tal fuerza que sus za-
patos y sus medias se quedaron en manos de Bancal.
Aquello era horrible: Fualdés gritaba, lloraba, amena=
zaba, suplicaba, rugia.
De pronto Colard enarboló su cuchillo y lo descargó so-
bre el cuello de aquel desgraciado; pero le hirió mal.y no
brotó la sangre. |
—¡Dejad que encomiende á Dios mi alma! —gritó Fualdés,
—¡Encomiéndala al diablo! —replicó Bastide.
Y Colard siguió hiriendo.
Aquello horrorizaba y los mismos que presenciaban la
escena estaban pálidos y temblorosos.
Para no manchar los ladrillos de la cocina y para que
la sangre de la víctima no denunciase el crimen, la mujer
de Bancal trajo un gran cubo en el que cayó aquélla.
En el momento que el desdichado juez lanzaba su último
suspiro, vióse que las cortinas de una alcoba situada en
frente de la cocina, se agitaban.
En esta alcoba dormía una hija de Bancal muy niña aún,
llamada Magdalena, quien, mirando por un agujero de la
cortina, había presenciado el asesinato.
Anita se precipitó.en la alcoba.
Pero Magdalena fingió que dormía.