LAS ALMAS QUE LLORAN s 13
dirás la verdad, le presentarás las pruebas de tu desdicha
y de mi inocencia, y las dos le rogaremos que calle, que
se case conmigo y que haga creer 4 Antonio que es tanto
lo que me quiere que perdona mi falta... ¡Oh! ¡Sublime!
La chiquitina tiene talento, ¿verdad? Y he aquí que tu.
te habrás salvado, y yo me casaré con Máximo, y tu
hija vendrá á vivir conmigo y no tendrá que estar á
merced de manos extrañas... ¡Sublime!... ¡sublime!
¡Dios me inspira! pe e
—¡Rafaela, hermana de mi alma!—sollozó Amalia
llena de alegría. | |
En aquel momento, oyéronse dos golpes, dados dis-
cretamente, en las persianas de madera de una de las
ventanas que daban al jardín.
-—¡Ella! ¡Mi hijal—dijo Amalia.
—Viene por la pensión... Para ella soy yo su madre,
—dijo Rafaela. —¡Oh! No debimos nunga permitir que
viniese; de ese modo jamás Antonio hubiese descubierto
la existencia de esa criatura inocente. Trae el dinero y
apaga la luz.
Amalia obedeció.
La estancia quedó sumida en las sombras.
Rafaela, abrió la ventana.
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Un caballero alto, apuesto y distinguido, y un joven