Ó LA MUERTA ENAMORADA 13
L
ba... Saliste de menor edad y las leyes le obligaron á
entregarte.
—i¡Calla! —suplicó Marina. —¡Calla! No hables de
él, Marcial de mi vida.
—¿Por qué? No temas... Estoy á tu lado, y ahora
no ha de poder alejarte de mí y sumirte en la lobre-
| guez de un convento...
—¡El convento!... —murmuró Marina, con triste y
miedosa entonación.
—¿Tiemblas?
—No... El frío... Vámonos arriba.
—¿Para qué? Las brisas del mar y el rumor de las
olas convidan á las expansiones del amor.
Se oyó un ligero ruido.
Marina, asustada, se abrazó á Marcial.
—¿Qué tienes? —le preguntó el joven.
—i¡Miedo!... ¡Miedo!... ¡Ah!... Ruido... ¿no oíste?
—No... Y aunque ruido se hubiera escuchado ¿de-
jarían de ser las ramas de los, árboles que chocan en-
tre sí, empujadas por el viento?
—¡Vámonos, Marcial, vámonos!
—Pero ¿á qué tanto temor? ¿Puede saberse?
-—Es un secreto... Te lo diré...
— ¡Secreto! ¿Secretos para mí?... Cuenta, cuenta...
Después... aquino. - |
—Vayamos arriba ya que asi lo deseas... Estoy
impaciente por saber...